Capítulo 17: Bramaderas (Lunes, 05-08-2013, 10:36 P.M.)

             Cada vez con más frecuencia -y debido a la proliferación de tiempo libre que ha invadido mi vida desde el despido- me sorprendo a mí mismo pensando en mi futuro a largo plazo. ¿Seré capaz de formar y mantener a una familia? ¿Estaré dispuesto a renunciar a esos pequeños placeres de la vida cotidiana (como la siesta, ó contemplar las musarañas) en beneficio de mi prole? La respuesta es sí. ¡La respuesta es sí, joder! ¿Qué mejor acción correctiva para el mundo que acuñar y poner en circulación pequeños Randys y adorables Samanthas? Pero démosle tiempo al tiempo. Y esto me lleva al futuro a medio plazo: ¿encontraré un trabajo que me satisfaga económica y personalmente? No lo sé. Esa jodida carta de recomendación de la Katsumoto Corporation que se esfumó... era importante. Y a su vez, esto me conduce al futuro a corto plazo: comenzar a enviar currículums a lo largo de la costa oeste, pero al norte de Los Ángeles; siempre al norte de L.A. Eso es algo que odio: buscar empresas en internet, enviarles el currículum... No lo soporto. Ahora ya te tienes que crear un nombre de usuario y una contraseña para poder hacer cualquier cosa en la red. Es un proceso tedioso, infumable, insufrible, y no aguanto más de cinco minutos seguidos haciendo esta mierda. Pero es el precio que hay que pagar para encontrar la felicidad (o al menos acercarse más a ella). La motivación es enorme, y aun así, me cuesta muchísimo ponerme a ello. Eso no dice mucho a mi favor. No creo que se trate de falta de ambición, pues como he dicho, deseo la felicidad, no habiendo nada más grande que eso. Y no me vengáis con el rollo ese de "depende de lo que necesites para ser feliz". La felicidad es cuando los días son acojonantemente hermosos, uno detrás de otro. Días que si los explotas, te salpica el buen rollo por toda la cara. No, no se trata de falta de ambición. ¿Entonces por qué me vence la desidia siempre que me pongo a buscar curro? No es algo físico, porque si tengo energías para correr diez kilómetros en 42 minutos, eso quiere decir que mi motor funciona bien. Tiene que ser algo psíquico. Debe de haber por ahí, en mi subsconsciente, algún muro cercando un foso infestado de cocodrilos, que me impide hacer mi búsqueda de trabajo a pleno rendimiento. Tengo que localizar el muro, saltarlo o derribarlo, cruzar el foso, y entonces todo irá como la seda. Es posible que necesite ayuda para hacerlo. No la vuestra, por supuesto. Me refiero a la ayuda de Sam, y de, por qué no, Susie Q.

                Ufff, este calor asfixiante tampoco es que ayude mucho.

                Ya me estoy familiarizando con la banda sonora del vecindario. Antes, cuando trabajaba, no pasaba mucho tiempo por aquí. Pero ahora los sonidos del vecindario me llegan como amplificados. Los ladridos de los perros, el llanto de los bebés, el cacharreo de los cubiertos en la hora de la comida, la tos y los esputos del anciano del cuarto piso -con ascensor- que se resiste a escuchar la implacable llamada de Dios, y... las carcajadas. Ohh sí, demos gracias al Señor de que aún queda gente que se ríe de manera irreverente. También el otro día escuché (en esta ocasión de manera remota, como el canto de una sirena) que alguien ponía en su equipo de música a Linda Rondstadt y su "Long, long time". Lo raro fue que después de esa canción no hubo otra. El vecino que fuese que eligiera esa canción, la puso, acabó, y se quedó bien a gusto. Un nostálgico, sin duda.
                Yo sin embargo no lo soy. Si miro al pasado, lo hago caminando de espaldas para seguir alejándome de él. Como cuando recuerdo mi noche en el calabozo.
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                El verano de 2010 exhalaba sus últimos estertores, y yo me encontraba en mi momento de introspección, que era una de las últimas fases en las que se dividían mis antiguas y potentes borracheras. Cuando notaba que llegaba ese momento, debía desembarazarme de mis compadres, troncos, y demás compañeros de fatigas etílicas, para encontrar mi propio camino hacia mi yo interior. Sí; mis borracheras tenían su puntito zen. En esa ocasión, mi camino en solitario me llevó a la propiedad del concejal Patterson, y concretamente, a su jardín. No tuve ningún problema en saltar la ridícula tapia de un metro de altura y libre de alambre de espino, a pesar de llevar una botella de Wild Turkey asida en una mano. Tampoco había perros. Prácticamente solo faltaba un cartel que pusiera 'Pasen y vean'. Yo pasé. Y entonces lo vi.
                Era un puto gnomo. Pero nada de bonachón y majo como 'David el gnomo'. El mío no era un anciano, aunque sí talludito, de unos 55 años (pero vete tú a saber con las edades de estos seres), sin barba, con gorro puntiagudo verde oscuro, y no sonreía. Tenía un aire adusto y estricto. Un hacedor de mal rollo. Posó sus ojos marrones de escayola en los míos, y escrutándome, trató de capturarme para su causa, fuera la que fuese ésta. Para zafarme de él y su mirada, utilicé el único poder que quedaba dentro de mí. Desenfundé mi ariete Utah y enseguida comenzó a manar de él -de mi ariete, mi pene- un líquido aúreo, cuyo chorro fue a parar directamente a la cabeza del gnomo insolente. El flujo era extraordinario. Y el siseo muy reconfortante. Vencido el gnomo, incliné hacia arriba la cabeza, le pegué un lingotazo a mi whiskey, y tras saludar a la luna, cerré los ojos mientras notaba el calor bajando por mi esófago. Al abrirlos, vi unas maravillosas manchas azules y rojas parpadeando a poca distancia, y que yo, en mi delirio etílico y marijuanesco, identifiqué como confeti lanzado por los ángeles que festejaban mi victoria sobre el gnomo. Volví a cerrar los ojos permaneciendo en este estado de éxtasis no mucho tiempo, ya que cuando volví a ver, mi ariete aún vertía orina, aunque ya solo en forma de goteo. Las manchas azules y rojas seguían ahí, danzando, y recuerdo que pensé en ir hacia ellas para saludar en persona a esos ángeles tan simpáticos y contentos. Resultó que sí que fui a las manchas parpadeantes, pero no tuve ocasión de ir voluntariamente. ¡Ahh! No eran ángeles. Como mucho, pitufos.
                -¡Mira! ¡El hijoputa ha formado un charco de la ostia! -dijo el policía que llegó en primer lugar a mí.
                -¿Eres... un ángel? -le pregunté, aunque ya con serias dudas y algo irritado, pues era yo, y solo yo, quien podía decidir cuándo acababan mis momentos de introspección.
                -No digas gilipolleces, hijo -dijo un segundo policía, más veterano que el primero-. Dame eso.
                Me arrebató con calma mi botella de Wild Turkey ya casi vacía, y ordenó al policía joven que me cacheara. A esas alturas de la madrugada, lo único que me quedaba encima eran las llaves de casa, un billete de diez dólares, mi móvil sin batería, un chicle y mi permiso de conducir, el cual examinaron con detenimiento.
                -Randolph... Utah...18 años...residente aquí, en Tulsa... Bien, chico, vamos a comisaría -dijo el poli veterano.
                -Sí. La noche aún es joven, Randy -afirmó el otro.
                Tenía razón.

                Del trayecto en el coche-patrulla hasta la comisaría, no puedo decir gran cosa. A los pocos segundos de sentarme en el asiento trasero, tras la mampara, me dormí. Supongo que estuve dormido no más de diez minutos porque Tulsa no es tan grande como para que el trayecto hubiese durado más. Me despertó el poli joven azuzándome con la porra, y salí del coche sin problemas por mi propio pie. Me sentía mejor, pero todavía a mitad de camino de la serenidad y la lucidez propias del hombre sobrio. Pude empezar a pensar, y los pensamientos que empezaron a acecharme eran: allanamiento de morada con nocturnidad y con meada de cojones (nunca mejor dicho), consumo ilegal de alcohol (al no tener los 21 años)...y fugazmente me vino a la mente la imagen de una silla eléctrica vacía, pero que aun así, era accionada por Tom Hanks (pero un Tom Hanks joven, de los años 80, cuando tenía el pelo rizado casi a lo afro y carecía de papada). Misterios de la mente humana.
                Entramos en la comisaría. Realmente no sabía a lo que atenerme allí dentro. Mi expectación se parecía a la del niño que monta por primera vez en una atracción de feria con fama de legendaria.
                -¡Eh Smokey! ¿Ya traes otro pichón para la colección? ¡Cada vez son más jóvenes! -dijo con sorna el policía encargado de la Recepción y el Registro. Un tipo realmente seboso, por cierto.
                -Te he dicho que no me llames así, Trigger -respondió el agente joven.
                -¿Que no te llame cómo, Smokey? ¿¿Smokey?? Ja, ja, ja.
                -A callar los dos -dijo Poli Veterano. Y masculló-: Par de gilipollas...
                Continuamos avanzando por las dependencias policiales hasta llegar a unas escaleras que bajaron hacia un pasillo de unos diez metros de largo, el cual estaba flanqueado por dos celdas a cada lado. Todas las celdas estaban ocupadas, y por eso me cagué en dios en mi fuero interno. Estaba intimidado.
                Poli Veterano abrió una de las celdas y me invitó gentilmente a entrar mientras me iba soltando el discursito, tan mezclado de paternalismo y sarcasmo que no supe cómo interpretarlo, y me ceñí a recoger la escasa información útil que contenía.
                -Bien, chico. Voy a tener en cuenta que no has montado jaleo, y que no has utilizado un lenguaje soez en mi presencia. Creo que aún hay esperanza para ti, hijo. Lo digo de verdad. Y por eso, como premio, vas a pasar la noche en compañía de una bella mujer, cuyo único pecado ha sido morder la mano que la da de comer. Te presento a Mary Jane. Procura no despertarla. Está de mal humor.
                Dicho lo cual, cerró con llave. Nadie me había leído mis derechos y me extrañó que no me ofrecieran poder llamar por teléfono a alguien. Aunque... ¿a quién llamar? ¿A mi madre? No, gracias. Sin embargo, sí me hubiera gustado oir su voz -enfadada o no- solo para volver a tener un contacto con mi mundo cotidiano. Ahora ya estaba asustado. El ambiente era opresivo y olía mal. ¿Qué había hecho yo para acabar la noche metido en ese agujero infecto?
                Cuando mis ojos se acostumbraron a la penumbra de la celda, distinguí un bulto tumbado en un catre. Era Mary Jane. Me pregunté si era una prostituta que harta de su chulo, lo hubiera agredido o incluso dado matarile. Localizé otro catre (éste vacío) y me dirigí hacia él. Era muy tarde, y por fortuna, mi llegada pasó inadvertida para el resto de la escoria humana (sin ánimo de ofender) que ocupaba el resto de celdas y dormían la mona. Yo no tuve esa suerte y permanecí despierto todo el rato, como un búho, viviendo intensamente cada segundo de esa pesadilla. Mary Jane roncaba suavemente, y esos ronquidos fueron el compás que marcaron el ritmo de mi vida hasta el amanecer. Durante esas horas hice bastante autocrítica, con el resultado de asquearme de mí mismo. No se trataba de la meada en el jardín del concejal, sino de todas las borracheras anteriores y mis escarceos con los alucinógenos. Estaba intoxicando mi cuerpo y debilitando mi mente sin ninguna razón de peso. Lo de "querer experimentar" ya no se sostenía. Era un estúpido.
                Trajinando con estos pensamientos y luchando contra mi cuerpo para evitar vomitar (y así poder seguir pasando desapercibido), es como llegó el amanecer. Lo supe no por la luz del sol (la cual hasta ahí abajo no llegaba) sino por el reloj digital instalado en la pared del pasillo. A las 7:00 a.m. se encendieron los tubos fluorescentes del techo. Hubiera dado 1000 dólares a quien fuese, a cambio de hacerme invisible hasta poder salir de esa madriguera. ¡Qué expuesto me sentía!
                Poco a poco los prisioneros empezaron a moverse y a hacerse notar. La celda que se encontraba frente a la mía estaba ocupada por dos típicos borrachines de ciudad; cuarentones de raza blanca y pelo grasiento. Hombres, éstos, divorciados hace ya tiempo y con dificultades para pagar sus recibos e impuestos, pero con una habilidad pasmosa para seguir bebiendo cerveza mientras dan una cachete a la camarera. En la celda contigua a ésta, se hallaba otra pareja. En esta ocasión se trataba de dos jóvenes afroamericanos que probablemente se vieron involucrados en alguna reyerta, o bien en el robo de algun artilugio electrónico en algunos grandes almacenes. Hablaban entre ellos en voz baja. Y por último, en la celda contigua a la mía se encontraba un hombre de mediana edad, con una barba no muy descuidada, gafas, gorra de los Mavericks, camiseta de tirantes y pantalón corto. Quizá un camionero. O puede que solo un desharrapado, pensé. Como podéis ver, antes me dejaba llevar bastante por los estereotipos para hacer el retrato robot a las personas.
                -Hola chico. -Ups. Mary Jane también se había despertado-. ¿No deberías estar en un reformatorio ó algo así?
                -Hola. Mmm... creo que debería estar en mi casa. Mi madre me va a matar.
                Mary Jane era una mujer de unos treinta años cuyo rostro me recordó al de una profesora que tuve en la escuela elemental: facciones de no haber roto un plato en su vida, y pelo muy rubio natural semirrecogido en un moño eventual. Sin embargo, su vestimenta era algo más atrevida, y este contraste conseguía llamar la atención. Vestía unos tejanos ajustados, pero sin llegar a lo obsceno o políticamente incorrecto, que complementaban muy bien con su ligera y vieja chupa de cuero negro, la cual llevaba sin abrochar dejando a la vista una camiseta blanca con un Piolín estampado. De calzado llevaba unos botines marrones y polvorientos. Un look muy Oklahoma. Se me ha olvidado deciros que a su culo lo valoré con un 7,8.
                Se levantó de su catre y fue al retrete. Había una especie de biombo (luego supe que era la única celda que lo tenía) que orientó a su gusto para quedar oculta no solo de mí, sino también de los mirones de las otras celdas. Comenzó a orinar. Supongo que la situación era tan incómoda para ella como para mí. Pero en esta ocasión, la culpa de la incomodez no era mía; simplemente, no había un protocolo establecido para algo así. Mary Jane reapareció del biombo y se dirigió de nuevo a su catre con aire ausente.
                Fueron pasando los minutos en un silencio que no llegaba a ser total debido a los carraspeos, toses y cuchilleos de mis vecinos. Durante esos minutos, más que en unos calabozos, el ambiente fue como de estar haciendo un examen en un aula. Hasta que mi compañera volvió a hablarme.
                -Ehh chico. ¿Por qué estás aquí? Sí, ya sé. Es una pregunta tópica. Pero me da la impresión de que no eres el típico capullo adolescente.
                -Créeme, soy un capullo. Y respondiendo a tu pregunta... pues bueno, me pillaron borracho en el jardín privado de una casa.
                -¿Solo eso?
                -Estaba meando y dándole caña a una botella de bourbon.
                -Puajjj. Bourbon. Beber ese matarratas sí que lo considero una falta grave. ¡Ja! -me dijo Mary Jane, bromeando-. Pero no temas. Todo eso que has hecho no es suficiente para que comparezcas ante un juez. De hecho, me sorprende que aún no te hayan dejado irte de aquí.
                -Mientras esté en mi casa a mediodía... no tendré problemas con mi madre. La puerta de mi habitación está cerrada, así que se supone que ahora mismo estoy durmiendo.
                -O sea, que se lo vas a ocultar. ¿Para ahorrarla un disgusto? ¿O para ahorrarte una bronca?
                -Pues... 70% bronca, 30% disgusto.
                -¡Ja!
                Era agradable conversar con esa mujer. Desde luego, no era prostituta. Lo supe porque su rostro, más allá de la edad que tuviera, tenía vitalidad y frescura. O eso me transmitía. Por el contrario, las putas... en fin, no sé si vosotros habréis visto a alguna, pero suelen tener una mirada gastada, cansada. No, Mary Jane no era puta. Ella demostró cierto interés por mí al preguntarme por qué me habían encerrado, así que yo le devolví la pregunta.
                -Tuve que atizar a mi casero. Atizarle bien, ¿sabes? -me informó-. El tema viene porque este mes he ido muy justa de pasta. Le dije que me retrasaría en el pago del alquiler, y él me dijo que no me preocupara. Eso fue hace 3 días. Y ayer por la noche se presenta en mi apartamento y me exige el dinero. "Bueno, Ronnie, le dije,  me dijiste que podrías esperar un par de semanas." Y va y me dice el cerdo: "Me considero un tipo comprensivo. Bien lo sabe Dios, Mary Jane. Y ahora compréndeme tú a mí... Olvídate del alquiler de este mes y sé... buena chica." ¡Y empezó a sobarme el culo!
                -¡No! -dije. La historia se ponía interesante.
                -¡Sí! Aunque es verdad que ayer me pilló un poco ligerita de ropa. Pero joder, eran las diez de la noche, y hacía calor.
                -¿Qué entiendes tú por ligerita de ropa?
                -¡Llevaba puesto mi pijama de verano! Verás, yo no abro la puerta de mi apartamento en bragas, si eso es a lo que te refieres. Ni siquiera a mi novio.
                -Vale, vale. Solo te lo pregunto porque era un dato importante.
                -Ya, bueno. El caso es que le aticé con el mando a distancia, que es lo que tenía en la mano en ese momento, y le partí una ceja. ¿Has visto alguna vez una ceja partida? -Pero Mary Jane no me dejó contestar. ¿Por qué no sé distinguir cuándo una pregunta es retórica? -Empezó a sangrar mucho. ¡Dios, ese capullo me dejó el suelo perdido! Y se fue mientras me llamaba de zorra para arriba. Pensaba que quizás dejara correr el incidente porque, al fin y al cabo, él me acosó y yo sólo me defendí.
                -Pero no lo dejó correr.
                -No. Media hora después vino la policía y me trajeron aquí. Pero no me preocupo. Cuando me lleven hasta el juez cantaré como un canario, bueno, como una canaria, y ya veremos quién sale más perjudicado. Eso sí, tendré que buscarme otro apartamento. ¡Ja! Mientras tanto, volveré con mi hermana. O quizá mi novio me dé una sorpresa...
                -¿Cuánto tiempo lleváis saliendo?
                -Mmm... cinco meses.
                La conversación siguió por estos derroteros unos diez minutos, momento en el cual las autoridades se acordaron de mí.
                -¡Randolph Utah! -Me llamaron. Era Poli Veterano. ¡¿Es que este tío no descansa nunca?! pensé. -Puedes irte.
                Me abrió la celda pero, antes de salir, me despedí de Mary Jane.
                -Espero que ese cerdo reciba su merecido, M.J. -dije.
                -Que así sea. Cuidate mucho, R.U.
                Una vez más, caminé detrás de Poli Veterano hasta llegar al mostrador de Recepción y Registro, y allí "Bola de sebo" Trigger me dio una bolsa de papel marrón con mis efectos personales. En la bolsa había escrita una palabra con rotulador negro. La palabra era Bramaderas. Ni puta idea de lo que signicaba.
                -Gracias, Trigger -le dije. Notaba que el fin de aquella mierda se acercaba, y supongo que por eso recuperé algo de bravuconería-. Muchachos, ¿puedo haceros una pregunta? ¿no tenéis una vida fuera de esta comisaría?
                -No -me contestó el propio Trigger-. Y como sigas así, tú tampoco, mocoso entrometido.
                -Escucha, chico -Era el turno de Poli Veterano-. Lo que hiciste anoche no es suficiente para abrirte un expediente y que en tu ficha aparezcan antecedentes penales. Entre otras cosas porque aún eres menor de edad. Sin embargo, el reglamento nos obliga a dejar constancia oficial de todas las entradas y salidas que se producen, y el por qué de cada una de ellas, en este, mi reino. Desconozco qué organismos o entidades públicas o privadas tienen acceso a ese registro. No tengo nada más que decirte. Lárgate, hijo.
                Salí de la comisaría y empecé a bajar las escaleras de los aledaños. Pero aún quedaba una última escena dentro de aquella pantomima azul.
                -¡Ehh, Randy! -me gritó desde arriba el policía joven. Smokey. El que faltaba-. ¡Se te olvida esto!
                Y me lanzó mi botella vacía de Wild Turkey. El muy hijo de puta. La distancia entre nosotros era de unos 6 ó 7 metros, y ese cabronazo la lanzó con una gran parábola y haciéndola rotar sobre sí misma. Un lanzamiento peligroso y arriesgado. ¿Es que no había nadie cuerdo allí dentro? Dejé caer al suelo mi bolsa con mis efectos personales, para poder tener las 2 manos disponibles. Nunca fui un gran catcher, pero la atrapé. Es cierto que me desequilibré y estuve a punto de caerme y rodar por las escaleras, pero la atrapé. Miré hacia arriba, hacia Smokey, aunque éste ya me daba la espalda y se dirigía al interior de la comisaría. Pude oír sus carcajadas. Yo mismo no pude evitar sonreir. El muy hijo de puta. Cabrón enfermizo. Smokey.
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                Y, en líneas generales, eso es lo que puedo contaros de esa noche. No fue muy agradable, la verdad. Mi madre no se enteró. Al menos no ese día. Pero cuando las universidades comenzaron a darme con la puerta en las narices, se lo conté. Aquello tampoco fue muy agradable, pero tranquilos, esa charla siempre quedará entre ella y yo.




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