Sam y los precipicios de neón.
[Recogieron el pequeño campamento -que en realidad no era
nada más que dos tiendas de campaña y los rescoldos de una hoguera- y se
dirigieron con aire lúgubre al desfiladero. Iban a pie. El frío les envolvía
como una translúcida mortaja amoratada que se adaptaba a las siluetas del grupo
a cada paso que daban. Ese frío les llevaba desgastando días enteros. Pero si
el mensaje que escuchó Sam por radio era cierto, cruzando ese desfiladero y las
estrambóticas luces que lo iluminaban cada noche, se extendía un vergel de dos
millones de acres listo para ser cultivado.
La
expedición la formaban 5 miembros: Sam; su hija Junaaid; Nathan (hermano de
Sam); el reverendo Zeballos; y Little Big Storm, un mastín enorme que les
servía como bestia de carga. (Hacía varios años que nadie había visto a mula, burro
ó semejante en 1000 kilómetros a la redonda.)
Antes
eran 6.
Randy
Utah había muerto un par de semanas atrás debido al cólera. No creyó necesario
hervir el agua que introdujo en su cantimplora, procedente de una alberca que
encontró en una de sus rutas de exploración. Bebió hasta saciarse. Las básicas
-muy básicas- nociones de medicina del reverendo Zeballos no pudieron hacer
gran cosa por salvarle...]
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Bueno...es mejor dejar aquí el cuento. No tiene sentido que
vosotros lo leáis entero. Además, no es gran cosa. Tan solo una utopía negativa
más. Ese género ya está muy trillado. Aunque también lo está la autobiografía,
y aquí estoy dándoos la chapa ya durante 15 jodidos y tediosos capítulos.
Por
primera vez os escribo desde fuera de mi cubículo. Estoy tirado en mi cama,
aporreando la tablet que me regaló mamá en Navidad. Escribir La Historia de Randy Utah fuera de la
Katsumoto Corporation me resulta raro. Antes, el tiempo que invertía en
escribir esto, lo sacaba del curro porque ahí no tenía (ni quería) nada más que
hacer. Y ahora el tiempo lo tengo que sacar de mi vida diaria, mi vida útil. Le quito tiempo a mi propio tiempo (que no es que no lo
tenga, al contrario). Y no me desagrada hacerlo, ya que escribir esto se ha
convertido poco a poco en algo importante para mí; en una pequeña gran
prioridad. Porque no solo os estoy aleccionando ya a vosotros, sino que también
me alecciono a mí mismo. Lo noto. El poner las cosas por escrito les da una
nueva dimensión. Es como ver un examen hecho hace poco y con las preguntas
resueltas; no puedes cambiar la nota que sacaste, pero sí puedes aprender de
él.
¡Ah!
Ya he comentado a mi madre la noticia de mi despido. Se llevó un disgusto. ¡Qué
duda cabe! Ahora me toca prepararla para el hecho de mi mudanza al Oeste. Tengo
un par de meses para ir mentalizándola. El toque final será cuando me haga el
desesperado al no encontrar trabajo aquí en Oklahoma. "No es por mi culpa,
mamá. Si aquí no hay un buen trabajo para mí, tendré que irme a donde lo haya.
No pienso quedarme en Tulsa trabajando de segurata o de ujier". Eso la
diré. Y de esa manera me pondrá menos pegas y discutiremos menos.
Bueno,
y ahora que ya me han despedido...¿qué voy a hacer mientras tanto estas semanas
hasta marcharnos Sam y yo? Sí, claro, planificar el viaje y dejar atados todos
los cabos sueltos posibles. Pero el día tiene 24 horas, que son muchas, y
estamos en pleno verano. Van a ser unos días raros. El problema principal serán
las mañanas. Yo, aunque no quiera, a las 9 ya estoy despierto. Los peores días
serán aquellos en los que mi madre no vaya a trabajar al estudio y se quede en
casa. ¡Es que no para quieta! Limpiando el polvo, suspirando, fregando suelos,
suspirando, hablando por teléfono, suspirando...Yo no sé donde meterme. No hay
escondrijos que estén a salvo de ella. Así que esos días me iré afuera a
pasear, o a la biblioteca a hojear libros de programación, o saldré a correr 10
kilómetros.
Sam
está ocupada todos los días hasta las seis de la tarde trabajando como monitora
en un campamento infantil. Qué suerte tienen esos críos. Y también algún que
otro no tan crío. Como Ricky, uno de
los monitores. Ayer Sam me estuvo enseñando unas fotos del campamento, y en una
de ellas, el tal Ricky tiene su musculado, bronceado y depilado (¡...!) brazo
derecho sobre los hombros de Sam. Sé que no hay peligro, pero aún así, no pude
evitar sentirme un poco celoso. Pero Ricky, muchacho, si estás leyendo esto, ya
sabrás que me la llevo a la costa (ó es Sam la que me lleva a mí, da igual),
así que tus posibilidades con ella son nulas, mamón. Desde el respeto, Ricky.
Todo lo que te digo, te lo digo siempre desde el respeto, mamón hormonado.
Bien,
sigamos.
O
mejor dicho, recapitulemos:
-Hace 21 años y pico nazco. Magic Johnson hace público que es
seropositivo.
-Hace 2 años y pico: meo a un
gnomo de escayola en el jardín de un concejal. La pasma me detiene y paso una
noche en el calabozo.
-Hace 2 años y menos pico: entro
en la Katsumoto Corporation.
-Hace 8 meses: conozco a Samantha
Lisicki.
-Hace 7 meses: hacemos la primera
acción correctiva, entrando en escena Jeff Henderson.
-Hace 1 semana: comienzo a
escribir La Historia de Randy Utah.
-Hace 3 días: Lindsay Cassady,
alias el Grajo, me despide de la
Katsumoto Corporation.
-Hace 20 horas: informo a mi madre
de mi despido.
-Hace 15 horas: Sam y yo hacemos
el amor.
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Ahora
sí. Prosigamos.
Suelo
quedar con Sam al terminar su jornada en el campamento cada día. Antes, me daba
tiempo para salir de la Katsumoto y caminar rápido las dos millas hasta allí.
Ahora podré hacer el recorrido con calma desde mi casa, aunque es una milla
más. Dice Ralphie que algunos días me acompañará, que quiere empezar a hacer
ejercicio poco a poco, y que esa caminata sería un buen comienzo. Y ya de paso
saluda a Sam, dice. Me gusta que Ralphie y Sam se lleven bien y cojan
confianza. Yo en cambio, no conozco personalmente a sus hermanos ya que no
viven en Tulsa. A sus padres sí. Les veo a menudo. Pero pocas veces converso
con ellos más allá del "hola" y "adiós". Aun así, opino que
me parecen dos personas con amplitud de miras, que no prejuzgan aunque sí
examinan. Todavía me están tanteando. Sólo pido que cuando Sam les diga lo de
mi despido y nuestra marcha, no me crucifiquen.
En
otro orden de cosas, esta mañana me ha llegado un e-mail de la Katsumoto. Me
dicen que mi finiquito asciende a 7453 dólares y 69 centavos, y que puedo ir a
recoger el cheque cuando quiera. Cuánta amabilidad. Se nota que son japoneses.
Sin caer en clasismos, a ellos sí se les da bien el protocolo. Esas
reverencias, esos kimonos, las geishas, los emperadores endiosados, los
samuráis...¿por qué nunca me canso de ver El
último samurái? Quizá porque soy un fetichista de Tom Cruise. Pero... ¿de
qué os estaba hablando? Ahh sí, el cheque. Yo no voy a ir a recogerlo. No
pienso tolerar más cotilleos, miraditas, y negaciones de cabeza hacia mi
persona. No iré a ese lodazal para ser engullido irremisiblemente dentro de su
mal rollo, como le pasó a Ártax. Será
Susie Q la que vaya mañana a recogerlo con una autorización firmada por mí.
Susie Q me enseñará la pasta... Oh síí, nena. Pero todo eso será mañana. Sí,
mañana.
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