-¿Qué vais a tomar, chicos?
Era la
camarera. Claro, ¿quién si no? Una estridente muchacha rubia que bajo ningún
concepto tendría más de dieciocho años, acarreaba brackets en los dientes
y un escuadrón de granos en el mentón. Con frecuencia, este tipo de chicas
sufre una transformación positiva parecida a la que sufre el gusano en su
metamorfosis hacia el estadío de mariposa, dentro de la crisálida. ¿Por qué
nadie ha hecho una tesis sobre la metamorfosis de estas chicas? ¿El proceso es
puramente fisiológico? ¿Ó la psique de la adolescente influye en algo? ¿Ocurre
de manera semejante con el género masculino? No son preguntas retóricas. Pero
yo no sé responderlas. ¿Y tú?
-Yo
tomaré un batido de fresa tamaño gigante, y unos nachos con chili -dije a la
camarera-. El batido con dos pajitas, por favor.
- Y yo
un muffin almendrado. Y un vaso de
leche caliente. Gracias -pidió Sam, que esperó a que la camarera se marchase
para dirigirse a mí-. Randy...no pensarás que vas a darme un beso de despedida
después de mezclar fresa, nachos y chili...Lo sabes, ¿no?
-¡Ja,
ja, ja! No me hagas elegir, Sam. Cuando un hombre tiene hambre, el resto de
cosas le importan un carajo.
-Menos
mal que tú no eres ese hombre. Ni
ese, ni ningún otro. Tú aún eres un chaval. Ó un mirlo. Ja, ja, ja...
-Sí,
ya... un mirlo. Pues tendrías que ver a mi coordinadora en la Katsumoto; ¡es un
grajo! -A la luz del local, me fijé en una pequeña cicatriz de apenas un
centímetro en su sien derecha-. ¿A ti te gustan los pájaros?
-Sí,
bueno; no especialmente. Me gustan más los centauros y los unicornios. En
realidad, todo lo mitológico me atrae mucho.
-Vale,
pero ¿qué diferencia hay entre mitología y fantasía? Por ejemplo: Conan el
bárbaro. ¿Es un mito?
Sam
cogió una servilleta de papel y empezó a desmenuzarla en tiras.
-Bueno...a
ver...Los mitos deben formar parte de la cultura y tradición de uno o varios
pueblos. Digamos que un mito no se crea de manera consciente. No se crea con el
objetivo inventar un personaje porque sí, sino que se va forjando poco a poco.
-Qué
bien te explicas -dije-. Yo soy incapaz. Los pensamientos enseguida se me
entremezclan y al final acabo diciendo una gilipollez o una incongruencia.
-Pues
yo no he notado eso, Randy. Al menos de momento. Pero tú tranquilo, ja, ja;
quizás sea una gilipollez lo que salve al mundo de la destrucción.
-Jajaja...Yo
creo que el mundo ya está condenado. No, el mundo no. La sociedad humana. La
sociedad humana va a ser destruida por sí misma. Ya lo está siendo. Y aunque
tú, ó yo, u ojalá que los dos, podamos sobrevivir individualmente al colapso,
la sociedad como conjunto no aguantará.
-Mmmm...
-Sí.
Verás. Las herramientas ya han sido construidas. Ahora solo queda que se den
las casualidades necesarias para que algún hijo de puta se atreva a apretar el
botón rojo con el símbolo de la calavera. ¿Has visto Terminator 2?
-Por supuesto -me contestó
ella.
-Pues
será como el sueño recurrente de Sarah Connor: niños calcinándose mientras se
balancean en los columpios.
-¡Pero
eso es horrible! ¿Y de cuánto tiempo crees que disponemos hasta el colapso?
-Poco.
Muy poco. -Y me contuve de añadir un: "así que...¿follamos ya?".
-Pues
ya podrían darse más prisa en traernos nuestro pedido...¡Camarera!
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En
realidad, esa primera cita podría considerarse que empezó antes; al acabar la
clase de español de esa misma tarde. Nos habíamos sentado en nuestros sitios
habituales: Sam, al lado de Susie Q; yo, (que normalmente me sentaba solo), al
lado de Carl (un veterano de la guerra de Irak, que ese día, no sé por qué, se
sentó a mi derecha). Cuando el profesor Vázquez finalizó la clase, salí del
aula y esperé a Sam en el pasillo, apoyado en la pared. Era lo que habíamos acordado
en el intercambio de cartas: encontrarnos al acabar la clase. Pero aún así,
había que echarle un par de huevos al asunto. Ó mojarse el culo, para aquellos que gusten de expresiones no tan
malsonantes. Sorprendentemente, durante esos segundos de espera en el
pasillo, no estaba nervioso, sino contento y expectante de al fin tener la
oportunidad de estar a solas con ella.
Sam
salió al pasillo acompañada por su sempiterna amiga Susie Q. Mi chica, como
siempre, estaba espléndida. Sus cabellos color berenjena destelleaban a causa
de la luz que emitían los fluorescentes del techo. Enseguida me divisó y se
dirigió a mi encuentro, mientras terminaba de abotonarse su abrigo.
-Randy
hola. -Aunque me sonreía, no hizo ademán de darme dos besos, así que yo tampoco
la abordé para dárselos. Es que, veréis, no soy bueno en lo que a protocolo social se
refiere...-. ¿Qué tal?
-¡Hola
Sam! -dije. Y miré a Susie Q-. Hey, Susie Q.
-Hola.
Luego te llamo, Sam. Adiós chicos. -Y Susie Q se marchó sin más ceremonias.
Así fue
como Sam y yo nos quedamos solos. Y quietos. Los alumnos pasaban en manada por
nuestro lado, todos en el mismo sentido dirigiéndose a la salida de la
academia. ¿Os acordáis de esa sensación que uno tiene cuando está en la orilla
de una playa, con el agua por los tobillos, y la ola muere, empujándote después
la corriente suave pero tenazmente hacia el interior del mar? Así me sentía yo
en aquel instante. Es una sensación placentera los primeros momentos. Pero
luego empieza a invadirme la confusión y el desasosiego, puede que por llevarle
la contraria a la naturaleza.
Teníamos que movernos ya.
-Bueno
Sam, ¿vamos a tomar algo? Conozco un sitio que está bien. Y cerca. Se llama El atolón.
-Sí. Me suena. Vamos para
allá.
Comenzamos
a caminar saliendo del recinto (que a día de hoy, para mí es un santuario) y
llenándonos los pulmones del aire frío de Tulsa.
-Bonita
carta la que me escribiste -comenté-. Tu letra es como la de un niño de 8 años,
je, je.
-Lo
sé... Pero es que no entiendo por qué la gente, los niños, cambian su caligrafía
de buenas a primeras. ¿Es una especie de evolución cognitiva que yo no tuve?
¿Me estás volviendo a llamar retrasada, como ya hiciste en el autobús el otro
día?
-¡Ja,
ja, ja! ¡No! Para nada. A ver, yo en mi caso, recuerdo que elegí cambiar mi
forma de escribir. Sabes; fue algo voluntario. Por simple comodidad. Comprendí
que mi profesora no me iba a regañar por hacerlo, y lo hice. -Habíamos llegado
a un semáforo, pasaba un coche, y tuve que cogerla del antebrazo-. Cuidado Sam,
que está en rojo.
Era la
primera vez que la tocaba; que nos tocábamos. Me sentí contento. Sentía que
estaba en el lugar correcto en el tiempo adecuado. Me sentía tan bien y
confiado que podría haber resuelto en diez minutos cualquier crisis política de
orden mundial. Me sentía tan exultante como para retar a Dios a jugar a los
bolos, ganarle fácil y hacerle un calvo después. Y todo eso por el simple hecho
de agarrar del brazo durante dos segundos a esa chica llamada Samantha Lisicki.
-Tu
carta también me gustó -me confesó Sam mientras reanudábamos la marcha hacia El atolón-. La habré leído unas 10
veces. Me daba buen rollo releerla. Pero derramé una pepsi en ella, y quedó
ilegible...Así que la tiré. ¡Vaya mierda! Me hubiera gustado conservarla de
recuerdo.
-Te
escribiré una nueva esta noche. -Me sentía capaz de escribir el Quijote, de
atrás a adelante, traducirlo al esperanto, y pasarlo luego a lenguaje binario.
Es una buena cosa sentirse poderoso de vez en cuando.
-Qué
mono. ¿Y qué me contarás en esa carta?
-Un cuento
-me aventuré casi sin pensarlo-. Se titulará Sam y los precipicios de neón.
-¡Vaya! ¡Gracias, Randy! Lo
que pasa es que tengo vértigo. Ja, ja, ja.
-Pues
lo siento, pero es mi cuento y habrá precipicios. Así que tendrás que luchar
contra ese vértigo. Pero no te caerás al vacío, te lo aseguro.
-Porque... ¿es
tu cuento?
-Sí. -Y
la miré. Sam sonreía.
Instantes
después, llegamos a El atolón.
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La
camarera con brackets nos trajo nuestro pedido. En la gramola, un hombre maduro
de cabello ralo introdujo un cuarto de dólar y empezó a sonar With a girl like you, de The troggs. Buena eleccion, Hombre-Maduro, pensé.
Si en ese momento hubiera aparecido por la puerta un soldado empapado de lluvia
y con el petate al hombro, me hubiese sentido en 1966 al 100%. Le dije a Sam
que el chili no estaba tan picante, después de todo. Ella me replicó que en ese
caso cedería muy gustosamente sus mejillas para que yo se las besara al
despedirnos. Y hablamos. Charlamos. Nos enteramos de cosas (importantes,
algunas; triviales, la mayoría). Por ejemplo, supe que Sam es un año mayor que
yo. Supe que tiene un hermano y una hermana, ambos mayores que ella (Nathan y
Carol, se llaman). Supe que estudia Filología alemana en la Universidad de
Tulsa. Supe que su color natural de pelo es el castaño algo claro, aunque lo
tuviese color berenjena en aquella época, hace ocho meses. Supe que tiene un
tatuaje con forma de tribal en un tobillo. Supe que su signo del zodíaco es
Leo. Supe que no fuma pero que sí se muerde las uñas...Y sobre todo, supe que
no debía dejarla escapar.
No estuvimos
en El atolón mucho tiempo -quizás 1
hora- porque el día siguiente era laborable y ambos madrugábamos. Pagué la
cuenta y quedamos en hacer lo mismo a la salida de la próxima clase de español,
ya a la semana siguiente (Sam tenía planes ineludibles para el fin de semana y
no podía quedar conmigo antes). Ella vivía (y vive) cerca de allí, y se fue a pie a su
casa. No la pregunté si quería que la acompañase, para no agobiarla. Aunque sí
nos dimos dos besos al despedirnos. ¿Suspenso en protocolo social? Vosotros y
vosotras diréis, ja, ja.
Cuando
llegué a mi casa, le dije a mi madre que yo ya había cenado, le di una colleja
a Ralphie, y me fui a mi habitación. Imposible dormir. Demasiada adrenalina y
serotonina chocando en mi interior. ¿Masturbarme? No, no procedía. Me tumbé en
la cama a mirar musarañas y reviví la cita. Al hacerlo, recordé que tenía que
escribir un cuento para Sam. ¡Y me apetecía hacerlo! Así que saqué de un cajón
un cuaderno tamaño folio a medio usar, afilé un lápiz, cogí una goma de borrar
y me dispuse a escribir Sam y los
precipicios de neón.
Cada capítulo es mejor que el anterior. Joder, muy bueno tío.
ResponderEliminar"With a girl like you", no había una canción mejor para esa escena!!