Capítulo 14: El atolón (Viernes, 19-07-2013, 3:16 P.M.)

                -¿Qué vais a tomar, chicos?       
                Era la camarera. Claro, ¿quién si no? Una estridente muchacha rubia que bajo ningún concepto tendría más de dieciocho años, acarreaba brackets en los dientes y un escuadrón de granos en el mentón. Con frecuencia, este tipo de chicas sufre una transformación positiva parecida a la que sufre el gusano en su metamorfosis hacia el estadío de mariposa, dentro de la crisálida. ¿Por qué nadie ha hecho una tesis sobre la metamorfosis de estas chicas? ¿El proceso es puramente fisiológico? ¿Ó la psique de la adolescente influye en algo? ¿Ocurre de manera semejante con el género masculino? No son preguntas retóricas. Pero yo no sé responderlas. ¿Y tú?
                -Yo tomaré un batido de fresa tamaño gigante, y unos nachos con chili -dije a la camarera-. El batido con dos pajitas, por favor.
                - Y yo un muffin almendrado. Y un vaso de leche caliente. Gracias -pidió Sam, que esperó a que la camarera se marchase para dirigirse a mí-. Randy...no pensarás que vas a darme un beso de despedida después de mezclar fresa, nachos y chili...Lo sabes, ¿no?
                -¡Ja, ja, ja! No me hagas elegir, Sam. Cuando un hombre tiene hambre, el resto de cosas le importan un carajo.
                -Menos mal que tú no eres ese hombre. Ni ese, ni ningún otro. Tú aún eres un chaval. Ó un mirlo. Ja, ja, ja...
                -Sí, ya... un mirlo. Pues tendrías que ver a mi coordinadora en la Katsumoto; ¡es un grajo! -A la luz del local, me fijé en una pequeña cicatriz de apenas un centímetro en su sien derecha-. ¿A ti te gustan los pájaros?
                -Sí, bueno; no especialmente. Me gustan más los centauros y los unicornios. En realidad, todo lo mitológico me atrae mucho.
                -Vale, pero ¿qué diferencia hay entre mitología y fantasía? Por ejemplo: Conan el bárbaro. ¿Es un mito?
                Sam cogió una servilleta de papel y empezó a desmenuzarla en tiras.
                -Bueno...a ver...Los mitos deben formar parte de la cultura y tradición de uno o varios pueblos. Digamos que un mito no se crea de manera consciente. No se crea con el objetivo inventar un personaje porque sí, sino que se va forjando poco a poco.
                -Qué bien te explicas -dije-. Yo soy incapaz. Los pensamientos enseguida se me entremezclan y al final acabo diciendo una gilipollez o una incongruencia.
                -Pues yo no he notado eso, Randy. Al menos de momento. Pero tú tranquilo, ja, ja; quizás sea una gilipollez lo que salve al mundo de la destrucción.
                -Jajaja...Yo creo que el mundo ya está condenado. No, el mundo no. La sociedad humana. La sociedad humana va a ser destruida por sí misma. Ya lo está siendo. Y aunque tú, ó yo, u ojalá que los dos, podamos sobrevivir individualmente al colapso, la sociedad como conjunto no aguantará.
                -Mmmm...
                -Sí. Verás. Las herramientas ya han sido construidas. Ahora solo queda que se den las casualidades necesarias para que algún hijo de puta se atreva a apretar el botón rojo con el símbolo de la calavera. ¿Has visto Terminator 2?
                -Por supuesto -me contestó ella.
                -Pues será como el sueño recurrente de Sarah Connor: niños calcinándose mientras se balancean en los columpios.
                -¡Pero eso es horrible! ¿Y de cuánto tiempo crees que disponemos hasta el colapso?
                -Poco. Muy poco. -Y me contuve de añadir un: "así que...¿follamos ya?".
                -Pues ya podrían darse más prisa en traernos nuestro pedido...¡Camarera!
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                En realidad, esa primera cita podría considerarse que empezó antes; al acabar la clase de español de esa misma tarde. Nos habíamos sentado en nuestros sitios habituales: Sam, al lado de Susie Q; yo, (que normalmente me sentaba solo), al lado de Carl (un veterano de la guerra de Irak, que ese día, no sé por qué, se sentó a mi derecha). Cuando el profesor Vázquez finalizó la clase, salí del aula y esperé a Sam en el pasillo, apoyado en la pared. Era lo que habíamos acordado en el intercambio de cartas: encontrarnos al acabar la clase. Pero aún así, había que echarle un par de huevos al asunto. Ó mojarse el culo, para aquellos que gusten de expresiones no tan malsonantes. Sorprendentemente, durante esos segundos de espera en el pasillo, no estaba nervioso, sino contento y expectante de al fin tener la oportunidad de estar a solas con ella.
                Sam salió al pasillo acompañada por su sempiterna amiga Susie Q. Mi chica, como siempre, estaba espléndida. Sus cabellos color berenjena destelleaban a causa de la luz que emitían los fluorescentes del techo. Enseguida me divisó y se dirigió a mi encuentro, mientras terminaba de abotonarse su abrigo.
                -Randy hola. -Aunque me sonreía, no hizo ademán de darme dos besos, así que yo tampoco la abordé para dárselos. Es que, veréis, no soy bueno en lo que a protocolo social se refiere...-. ¿Qué tal?
                -¡Hola Sam! -dije. Y miré a Susie Q-. Hey, Susie Q.
                -Hola. Luego te llamo, Sam. Adiós chicos. -Y Susie Q se marchó sin más ceremonias.
                Así fue como Sam y yo nos quedamos solos. Y quietos. Los alumnos pasaban en manada por nuestro lado, todos en el mismo sentido dirigiéndose a la salida de la academia. ¿Os acordáis de esa sensación que uno tiene cuando está en la orilla de una playa, con el agua por los tobillos, y la ola muere, empujándote después la corriente suave pero tenazmente hacia el interior del mar? Así me sentía yo en aquel instante. Es una sensación placentera los primeros momentos. Pero luego empieza a invadirme la confusión y el desasosiego, puede que por llevarle la contraria a la naturaleza. Teníamos que movernos ya.
                -Bueno Sam, ¿vamos a tomar algo? Conozco un sitio que está bien. Y cerca. Se llama El atolón.
                -Sí. Me suena. Vamos para allá.
                Comenzamos a caminar saliendo del recinto (que a día de hoy, para mí es un santuario) y llenándonos los pulmones del aire frío de Tulsa.
                -Bonita carta la que me escribiste -comenté-. Tu letra es como la de un niño de 8 años, je, je.
                -Lo sé... Pero es que no entiendo por qué la gente, los niños, cambian su caligrafía de buenas a primeras. ¿Es una especie de evolución cognitiva que yo no tuve? ¿Me estás volviendo a llamar retrasada, como ya hiciste en el autobús el otro día?
                -¡Ja, ja, ja! ¡No! Para nada. A ver, yo en mi caso, recuerdo que elegí cambiar mi forma de escribir. Sabes; fue algo voluntario. Por simple comodidad. Comprendí que mi profesora no me iba a regañar por hacerlo, y lo hice. -Habíamos llegado a un semáforo, pasaba un coche, y tuve que cogerla del antebrazo-. Cuidado Sam, que está en rojo.
                Era la primera vez que la tocaba; que nos tocábamos. Me sentí contento. Sentía que estaba en el lugar correcto en el tiempo adecuado. Me sentía tan bien y confiado que podría haber resuelto en diez minutos cualquier crisis política de orden mundial. Me sentía tan exultante como para retar a Dios a jugar a los bolos, ganarle fácil y hacerle un calvo después. Y todo eso por el simple hecho de agarrar del brazo durante dos segundos a esa chica llamada Samantha Lisicki.
                -Tu carta también me gustó -me confesó Sam mientras reanudábamos la marcha hacia El atolón-. La habré leído unas 10 veces. Me daba buen rollo releerla. Pero derramé una pepsi en ella, y quedó ilegible...Así que la tiré. ¡Vaya mierda! Me hubiera gustado conservarla de recuerdo.
                -Te escribiré una nueva esta noche. -Me sentía capaz de escribir el Quijote, de atrás a adelante, traducirlo al esperanto, y pasarlo luego a lenguaje binario. Es una buena cosa sentirse poderoso de vez en cuando.
                -Qué mono. ¿Y qué me contarás en esa carta?
                -Un cuento -me aventuré casi sin pensarlo-. Se titulará Sam y los precipicios de neón.
                -¡Vaya! ¡Gracias, Randy! Lo que pasa es que tengo vértigo. Ja, ja, ja.
                -Pues lo siento, pero es mi cuento y habrá precipicios. Así que tendrás que luchar contra ese vértigo. Pero no te caerás al vacío, te lo aseguro.
                -Porque... ¿es tu cuento?
                -Sí. -Y la miré. Sam sonreía.
                Instantes después, llegamos a El atolón.
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                La camarera con brackets nos trajo nuestro pedido. En la gramola, un hombre maduro de cabello ralo introdujo un cuarto de dólar y empezó a sonar With a girl like you, de The troggs. Buena eleccion, Hombre-Maduro, pensé. Si en ese momento hubiera aparecido por la puerta un soldado empapado de lluvia y con el petate al hombro, me hubiese sentido en 1966 al 100%. Le dije a Sam que el chili no estaba tan picante, después de todo. Ella me replicó que en ese caso cedería muy gustosamente sus mejillas para que yo se las besara al despedirnos. Y hablamos. Charlamos. Nos enteramos de cosas (importantes, algunas; triviales, la mayoría). Por ejemplo, supe que Sam es un año mayor que yo. Supe que tiene un hermano y una hermana, ambos mayores que ella (Nathan y Carol, se llaman). Supe que estudia Filología alemana en la Universidad de Tulsa. Supe que su color natural de pelo es el castaño algo claro, aunque lo tuviese color berenjena en aquella época, hace ocho meses. Supe que tiene un tatuaje con forma de tribal en un tobillo. Supe que su signo del zodíaco es Leo. Supe que no fuma pero que sí se muerde las uñas...Y sobre todo, supe que no debía dejarla escapar.
                No estuvimos en El atolón mucho tiempo -quizás 1 hora- porque el día siguiente era laborable y ambos madrugábamos. Pagué la cuenta y quedamos en hacer lo mismo a la salida de la próxima clase de español, ya a la semana siguiente (Sam tenía planes ineludibles para el fin de semana y no podía quedar conmigo antes). Ella vivía (y vive) cerca de allí, y se fue a pie a su casa. No la pregunté si quería que la acompañase, para no agobiarla. Aunque sí nos dimos dos besos al despedirnos. ¿Suspenso en protocolo social? Vosotros y vosotras diréis, ja, ja.
                Cuando llegué a mi casa, le dije a mi madre que yo ya había cenado, le di una colleja a Ralphie, y me fui a mi habitación. Imposible dormir. Demasiada adrenalina y serotonina chocando en mi interior. ¿Masturbarme? No, no procedía. Me tumbé en la cama a mirar musarañas y reviví la cita. Al hacerlo, recordé que tenía que escribir un cuento para Sam. ¡Y me apetecía hacerlo! Así que saqué de un cajón un cuaderno tamaño folio a medio usar, afilé un lápiz, cogí una goma de borrar y me dispuse a escribir Sam y los precipicios de neón.




               

                

1 comentario:

  1. Cada capítulo es mejor que el anterior. Joder, muy bueno tío.
    "With a girl like you", no había una canción mejor para esa escena!!

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