Capítulo 13: El laberinto de Creta (Viernes, 19-07-2013, 11:56 A.M.)

                No os importa que el capítulo 12 lo haya escrito en tercera persona, ¿verdad? Lo he hecho para variar un poco el estilo y salir de la monotonía. Y que al fin y al cabo, es mi Historia, mi vida, y la cuento como quiero.
                Así que finalmente, he sido despedido. Era lo que quería, pero eso no impide que mi estómago se revuelva un poquito, tenga ardores y rezume algo de bilis. Siempre me pasa esto cuando se avecinan grandes cambios en mi vida (incluso aunque los cambios sean bienvenidos y los haya provocado yo mismo). Por otro lado, debo confesar que Lindsay Cassady me sorprendió. A pesar de ser mi coordinadora, no había tenido mucho trato con ella en este tiempo aquí, y no me resultó tan despiadada e inmisericorde como los demás dicen que es. Al final no saqué el tema de la carta de recomendación. Tal y como se desarrolló la conversación con ella...no procedía. Es que, veréis, no me gusta pedir cosas -suplicar- a personas que respeto, sobre todo cuando lo que pido está fuera de lugar porque no lo merezco (no lo merezco ni de coña; lo mío ha sido una dimisión encubierta tras una semana de rendimiento pésimo). Pero si Lindsay Cassady me hubiera caído mal, si me hubiese parecido despreciable, no me hubiera importado revolcarme en el fango delante de ella, y pedirla la puta carta.
                Estoy despedido, pero...¡sigo en mi cubículo! Ja, ja, ja. Aunque ya me han retirado los permisos y claves para poder entrar en la aplicación del sistema, Stuart -el de recursos humanos- me ha dicho que si quiero, puedo completar mis ocho horas aquí. Y eso haré. Es que no tengo otra cosa mejor que hacer. Sam está pasando el día en Muskogee visitando a unos primos. Si a eso unimos que en la calle hay 37°C a la sombra, y que si vuelvo a casa tan temprano, voy a tener que contarle a mi madre que me han echado del trabajo (y no me apetece decírselo todavía)...pues eso; que me quedo aquí tranquilamente. Lo malo es que tengo que aguantar las miraditas curiosas y ávidas de chismorreos de mis compañeros de sala.
                Como por ejemplo, Lucille, la devoradora de Risketos. Ahora mismo la tengo a 150 centímetros de mí. Es una mujer muy envidiosa y excelente lamedora de culos. Si te ve como rival, te pondrá zancadillas (sutiles, si te considera duro de pelar; manifiestas, si cree que eres un pichón). Y si piensa que eres totalmente inofensivo, tomará el falso papel de benefactora sin ánimo de lucro. Es un bichejo con el que he procurado tener el menor contacto posible, manteniendo un trato de fría cordialidad. Está decidido: no me despediré de ella.
                Dos metros más allá, se sienta Harvey Berkovitz. Un judío que exhibe la estrella de David colgada de su cuello en un collar de plata. Y yo me pregunto: si no hubieran muerto 6 millones de judíos en el Holocausto, ¿llevaría Harvey ese símbolo (muy bonito, por cierto) colgado? ¿Ó sólo se trata de victimismo, y de dar pena para alcanzar sus objetivos con más facilidad? ¿Se cree intrépido por haber decidido no seguir en el negocio familiar regentando la joyería de sus padres en Shawnee Street, y haberse 'labrado una carrera' en la Katsumoto? No lo sé. Me despediré de él con un: "adiós, Harvey".
                Y así, otras tantas y tantas personas -que no personajes- sentadas todas ellas en sus cubículos. Filas y columnas de cubículos formando matrices de orden n elevadas a la n-ésima potencia. Formando un laberinto de Creta del cual he hallado la salida con la ayuda de mi  Ariadna particular, y enfrentándome al Minotauro. Ufff... creo que me estoy endiosando, y tampoco es eso. Lo que he hecho, será acertado o equivocado (el tiempo lo dirá), pero en ningún caso, meritorio. Pero dejemos Creta y volvamos a Tulsa.
                Hoy me he traído para comer dos fajitas de pollo con pimientos verdes asados y cebolla caramelizada. Todo indica a que será uno de los grandes momentos del día. Como ya no tengo que guardar las apariencias, me las comeré a dos carrillos y puede que la salsa barbacoa me resbale en indolentes regueros en busca de mi barbilla moteada con barba de dos días. Porque esa es otra: se acabó el afeitarme un día sí un día no, se acabó el ir a la peluquería cada 6 semanas, se acabaron los zapatos y el vestirme como un hombre de 35 años. Ohh síí, nena.
                El de recursos humanos también me ha dicho que no podré seguir yendo a las clases de español. ¡Mierda! Ahora que ya le estaba cogiendo el gustillo y empezaba a hacer progresos...Echaré de menos esa aula anticuada y que siempre tenía el aire viciado por todos los alumnos que habían estado antes durante el día. Allí me fijé en Sam. Pero esa parte de la Historia ya la sabéis. Lo que creo que no conocéis es cómo fue nuestra primera cita. ¿Estáis impacientes? Calma, chicos. Calma.





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