No os
importa que el capítulo 12 lo haya escrito en tercera persona, ¿verdad? Lo he
hecho para variar un poco el estilo y salir de la monotonía. Y que al fin y al
cabo, es mi Historia, mi vida, y la cuento como quiero.
Así que
finalmente, he sido despedido. Era lo que quería, pero eso no impide que mi
estómago se revuelva un poquito, tenga ardores y rezume algo de bilis. Siempre
me pasa esto cuando se avecinan grandes cambios en mi vida (incluso aunque los
cambios sean bienvenidos y los haya provocado yo mismo). Por otro lado, debo
confesar que Lindsay Cassady me sorprendió. A pesar de ser mi coordinadora, no
había tenido mucho trato con ella en este tiempo aquí, y no me resultó tan
despiadada e inmisericorde como los demás dicen que es. Al final no saqué el
tema de la carta de recomendación. Tal y como se desarrolló la conversación con
ella...no procedía. Es que, veréis, no me gusta pedir cosas -suplicar- a
personas que respeto, sobre todo cuando lo que pido está fuera de lugar porque
no lo merezco (no lo merezco ni de coña; lo mío ha sido una dimisión encubierta
tras una semana de rendimiento pésimo). Pero si Lindsay Cassady me hubiera
caído mal, si me hubiese parecido despreciable, no me hubiera importado
revolcarme en el fango delante de ella, y pedirla la puta carta.
Estoy
despedido, pero...¡sigo en mi cubículo! Ja, ja, ja. Aunque ya me han retirado
los permisos y claves para poder entrar en la aplicación del sistema, Stuart
-el de recursos humanos- me ha dicho que si quiero, puedo completar mis ocho
horas aquí. Y eso haré. Es que no tengo otra cosa mejor que hacer. Sam está
pasando el día en Muskogee visitando a unos primos. Si a eso unimos que en la
calle hay 37°C a la sombra, y que si vuelvo a casa tan temprano, voy a tener
que contarle a mi madre que me han echado del trabajo (y no me apetece
decírselo todavía)...pues eso; que me quedo aquí tranquilamente. Lo malo es que
tengo que aguantar las miraditas curiosas y ávidas de chismorreos de mis
compañeros de sala.
Como
por ejemplo, Lucille, la devoradora de Risketos.
Ahora mismo la tengo a 150 centímetros de mí. Es una mujer muy envidiosa y
excelente lamedora de culos. Si te ve como rival, te pondrá zancadillas
(sutiles, si te considera duro de pelar; manifiestas, si cree que eres un
pichón). Y si piensa que eres totalmente inofensivo, tomará el falso papel de
benefactora sin ánimo de lucro. Es un bichejo con el que he procurado tener el
menor contacto posible, manteniendo un trato de fría cordialidad. Está
decidido: no me despediré de ella.
Dos
metros más allá, se sienta Harvey Berkovitz. Un judío que exhibe la estrella de
David colgada de su cuello en un collar de plata. Y yo me pregunto: si no
hubieran muerto 6 millones de judíos en el Holocausto, ¿llevaría Harvey ese
símbolo (muy bonito, por cierto) colgado? ¿Ó sólo se trata de victimismo, y de
dar pena para alcanzar sus objetivos con más facilidad? ¿Se cree intrépido por
haber decidido no seguir en el negocio familiar regentando la joyería de sus
padres en Shawnee Street, y haberse 'labrado una carrera' en la Katsumoto? No
lo sé. Me despediré de él con un: "adiós, Harvey".
Y así,
otras tantas y tantas personas -que no personajes- sentadas todas ellas en sus
cubículos. Filas y columnas de cubículos formando matrices de orden n elevadas a la n-ésima potencia. Formando
un laberinto de Creta del cual he
hallado la salida con la ayuda de mi Ariadna particular, y enfrentándome al Minotauro. Ufff... creo que me estoy
endiosando, y tampoco es eso. Lo que he hecho, será acertado o equivocado (el
tiempo lo dirá), pero en ningún caso, meritorio. Pero dejemos Creta y volvamos a
Tulsa.
Hoy me
he traído para comer dos fajitas de pollo con pimientos verdes asados y cebolla
caramelizada. Todo indica a que será uno de los grandes momentos del
día. Como ya no tengo que guardar las apariencias, me las comeré a dos
carrillos y puede que la salsa barbacoa me resbale en indolentes regueros en
busca de mi barbilla moteada con barba de dos días. Porque esa es otra: se
acabó el afeitarme un día sí un día no, se acabó el ir a la peluquería cada 6
semanas, se acabaron los zapatos y el vestirme como un hombre de 35 años. Ohh
síí, nena.
El de
recursos humanos también me ha dicho que no podré seguir yendo a las clases de
español. ¡Mierda! Ahora que ya le estaba cogiendo el gustillo y empezaba a
hacer progresos...Echaré de menos esa aula anticuada y que siempre tenía el
aire viciado por todos los alumnos que habían estado antes durante el día. Allí
me fijé en Sam. Pero esa parte de la Historia ya la sabéis. Lo que creo que no
conocéis es cómo fue nuestra primera cita. ¿Estáis impacientes? Calma, chicos. Calma.
Ya estoy al dia.
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