La decoración del despacho estaba acorde con la de todo el
edificio. Incluso se podría considerar que fueran madre e hijo, si los
edificios pudieran reproducirse sexualmente. Aquel hijo era un despacho pulcro, aséptico, donde las formas
cuadriculadas y los colores sin vida campaban a sus anchas. La distribución de
sus elementos era la típica del siglo XIX: un único ventanal en el que a sus
faldas enraizaba con fuerza un descomunal escritorio de madera de roble
barnizada de gris, el cual presidía el despacho sin discusión. Los muebles
archivadores dispuestos en las paredes laterales, así como el perchero, el
paragüero, y la papelera de latón, eran meros comparsas. Una moqueta beige de
aspecto seco y áspero cubría con desgana el suelo. Solo dos diplomas enmarcados
en la pared (cada uno de ellos escoltando en lados opuestos al ventanal)
personalizaban la habitación. Uno de ellos era un título universitario;
Universidad de Tulsa, promoción de 1988, Licenciatura de Psicología. El otro,
algo más pequeño, rezaba:
"Para
Lindsay Cassady, premio a la constancia laboral por sus 1765 días laborables
consecutivos sin ausencias: 1999-2006".
Katsumoto Corporation™.
El resto del despacho -que se
extendía 7 metros desde el grotesco escritorio hasta la puerta- era el
desierto. La leyenda decía que aquel empleado que lo atravesaba, rara vez salía
indemne de él conservando su puesto de trabajo.
Sentada detrás del escritorio, se
hallaba una mujer mirando la pantalla de su ordenador. Quizás debido a que
buscaba una comodidad que nunca llegaba a encontrar por completo, su postura
era algo retorcida, dejando entrever un cuerpo dominado por un amasijo de huesos frágiles potencialmente artríticos,
los cuales formaban innumerables ángulos agudos entre sí. Su cabello moreno y
lacio le caía sin vida hasta los hombros enjutos. Éstos, sostenían una cabeza
cuyo rostro no era ni bello ni feo; un rostro que el ciudadano de a pie sería
incapaz de describir, y que olvidaría en apenas segundo y medio. Llevaba
puestas unas gafas negras con montura de carey. Sus cristales, en lugar de
disminuir la intensidad de su mirada, la potenciaban cuales láseres de neón. El
jersey de lana gris oscuro que vestía, ahuyentaba de manera innecesaria
cualquier mirada lasciva hacia ella, ya que solo un depravado podría encontrar
atractiva a esa mujer. Su cuello, muñecas y dedos estaban libres de cualquier
tipo de abalorio. En cambio, sus uñas parecían pintadas con petróleo de bajo
octanaje. Antes he leído a alguien compararla con un grajo. Yo me inclino más
por...un maniquí inacabado y anoréxico, pero con ojos reales, muy vivos.
De repente, alguien llamó a la
puerta con tres respetuosos toques, y sin esperar respuesta (cosa ya no tan
respetuosa), una joven cabecilla masculina se asomó por el quicio y dijo
atropelladamente:
-BuenosdíaseñoritaCassady.
-Pasa, Randolph. Sabes que puedes
tutearme. No entiendo por qué no lo haces.
El joven entró y se sentó enfrente
de ella (correcto; si podía tutearla, también podía sentarse sin solicitar su
permiso). Lindsay Cassady miró con sus láseres a los ojos del chico, y éste
solo pudo aguantar un segundo esa mirada inquisidora. Randolph optó por fijar
su vista en las sobresalientes venas que surcaban las manos de ella.
-Bien, Randolph. Llevas unos dos
años aquí con nosotros. Sí. Y digo nosotros
porque yo me considero parte intrínseca de esta empresa, y me alegro de
eso. Y sé que la Katsumoto igualmente se alegra de mi fidelidad hacia ellos.
Simbiosis, quid pro quo, una mano lava
a la otra... -la mujer paró para tomar aire y reflexionar-. Hay varios términos
que encajan para describir la relación que tenemos esta empresa y yo. Pero no
sé qué término define tu relación con la Katsumoto, Randolph. ¿Qué opinas?
-Mi relación es laboral,
seño...Lindsay.
-Pero eso ya lo sé...La mía también
lo es. Créeme: a mis periquitos y jilgueros* no les pongo los nombres de los presidentes ejecutivos que hemos
tenido aquí, ni tengo izada en mi jardín una bandera con el emblema de la
empresa. Ya sé que tu relación es laboral. Yo te preguntaba por un término más
concreto.
El chico sacudió la cabeza.
-No estoy seguro de que lo haya. Mi
relación con la Katsumoto no va más allá de trabajar para obtener dinero.
Ambos permanecieron callados
mirándose, ya que ahora sí, Randolph no bajó la mirada.
-Pero entonces hay una cosa que no
entiendo -dijo Lindsay-. Si sólo trabajas para ganar dinero...¿por qué esta
semana apenas has trabajado? ¿Acaso ya no lo necesitas? ¿Acaso tu rendimiento
aquí depende de tus necesidades económicas? ¡Porque eso sería el colmo!
Inconcebible.
-No es eso...No es tan... simple. Lo
que pasa es que he perdido la ilusión de estar aquí. Y no creo que la recupere.
Sin ilusión, no hay motivación, y sin motivación...el rendimiento se resiente.
-Tu rendimiento no se ha resentido. ¡Se ha derrumbado y lo sabes!
A ver si lo entiendo. Explícamelo como si tuviera 4 años, ¿de acuerdo? ¿Me
estás diciendo que la situación de esta semana va a seguir igual? ¿Que tu
rendimiento va a seguir siendo casi nulo?
El chico, Randolph, suspiró. La
pelota estaba en su tejado, y la despejó de un patadón, así:
-No sé lo que sucederá la semana que
viene. Pero sí; muy probablemente la situación seguirá igual.
-La situación no seguirá igual
porque yo no puedo permitirlo, Randolph. Mi trabajo es no permitirlo.
¿Comprendes a lo que me refiero?
-Sí.
-¿Y...?
-Y poco más, Lindsay. Todo está muy
claro. En vuestra opinión, mi rendimiento actual es insuficiente para
permanecer en plantilla. Y mi rendimiento no va a variar, ni a corto ni a medio
plazo. Así que supongo que esto es el fin.
-¡Desde luego que es el fin! ¡Tu
fin! Y permíteme que te diga algunas cosas, Randolph. Te estás comportando como
un mocoso. No tienes estudios universitarios...
-De momento.
-No me interrumpas, por favor. Te
dimos una oportunidad de oro, y no lo estabas haciendo mal. Que has perdido la
motivación, dices. ¿Es que quieres que te pongamos de project leader con apenas 21 años y sin estudios? Te creía más
sensato.
-Trabajaré mi sensatez. En eso
estamos de acuerdo. Pero la trabajaré lejos, muy lejos de aquí. Es decir, si
finalmente deciden despedirme.
-Hablas como si te hubiéramos
tratado mal, y no ha sido así. Te he citado hoy en mi despacho para ver si
podía ayudarte; no para despedirte. Randolph...durante estos 2 años te he
estado observando más de lo que tú te crees, y la conclusión a la que llegué
fue que eras un chico capaz, observador, discreto, y que sabía focalizar sus
energías en cosas importantes. Por eso voy a hacerte, otra vez, la siguiente
pregunta (cosa que hago en muy contadas ocasiones): ¿vas a subir tu rendimiento
a partir de la próxima semana, a partir del lunes?
-Es muy improbable, Lindsay. A no
ser que mi motivación aumente con una subida de sueldo del 40%.
-Oh, pensé que tus motivaciones se
alimentaban de inquietudes más profundas que el dinero.
-Especulas demasiado sobre mí. ¿No
crees?
-Sí. Especulo demasiado y demasiado
mal, por lo que veo. Así que basta de especular. Haré lo que mejor sé hacer:
Randolph Utah, estás despedido. Tienes todo el día de hoy para llevarte tus
efectos personales de tu cubículo. El gerente de recursos humanos irá a verte
en un rato. Buenos días, y buena suerte.
Randolph la guiñó un ojo, se levantó
de la silla y cruzó (ya sin empleo) el desierto enmoquetado hasta la puerta,
alimentando así la leyenda. Y comenzando a su vez la suya propia.
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* N. del T: Due to N.B.
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