Capítulo 12: El vuelo del grajo (Viernes, 19-07-2013, 9:56 A.M.)

           La decoración del despacho estaba acorde con la de todo el edificio. Incluso se podría considerar que fueran madre e hijo, si los edificios pudieran reproducirse sexualmente. Aquel hijo era un despacho pulcro, aséptico, donde las formas cuadriculadas y los colores sin vida campaban a sus anchas. La distribución de sus elementos era la típica del siglo XIX: un único ventanal en el que a sus faldas enraizaba con fuerza un descomunal escritorio de madera de roble barnizada de gris, el cual presidía el despacho sin discusión. Los muebles archivadores dispuestos en las paredes laterales, así como el perchero, el paragüero, y la papelera de latón, eran meros comparsas. Una moqueta beige de aspecto seco y áspero cubría con desgana el suelo. Solo dos diplomas enmarcados en la pared (cada uno de ellos escoltando en lados opuestos al ventanal) personalizaban la habitación. Uno de ellos era un título universitario; Universidad de Tulsa, promoción de 1988, Licenciatura de Psicología. El otro, algo más pequeño, rezaba:

 "Para Lindsay Cassady, premio a la constancia laboral por sus 1765 días laborables consecutivos sin ausencias: 1999-2006".
 Katsumoto Corporation™.

            El resto del despacho -que se extendía 7 metros desde el grotesco escritorio hasta la puerta- era el desierto. La leyenda decía que aquel empleado que lo atravesaba, rara vez salía indemne de él conservando su puesto de trabajo.
            Sentada detrás del escritorio, se hallaba una mujer mirando la pantalla de su ordenador. Quizás debido a que buscaba una comodidad que nunca llegaba a encontrar por completo, su postura era algo retorcida, dejando entrever un cuerpo dominado por un amasijo de  huesos frágiles potencialmente artríticos, los cuales formaban innumerables ángulos agudos entre sí. Su cabello moreno y lacio le caía sin vida hasta los hombros enjutos. Éstos, sostenían una cabeza cuyo rostro no era ni bello ni feo; un rostro que el ciudadano de a pie sería incapaz de describir, y que olvidaría en apenas segundo y medio. Llevaba puestas unas gafas negras con montura de carey. Sus cristales, en lugar de disminuir la intensidad de su mirada, la potenciaban cuales láseres de neón. El jersey de lana gris oscuro que vestía, ahuyentaba de manera innecesaria cualquier mirada lasciva hacia ella, ya que solo un depravado podría encontrar atractiva a esa mujer. Su cuello, muñecas y dedos estaban libres de cualquier tipo de abalorio. En cambio, sus uñas parecían pintadas con petróleo de bajo octanaje. Antes he leído a alguien compararla con un grajo. Yo me inclino más por...un maniquí inacabado y anoréxico, pero con ojos reales, muy vivos.
            De repente, alguien llamó a la puerta con tres respetuosos toques, y sin esperar respuesta (cosa ya no tan respetuosa), una joven cabecilla masculina se asomó por el quicio y dijo atropelladamente:
            -BuenosdíaseñoritaCassady.
            -Pasa, Randolph. Sabes que puedes tutearme. No entiendo por qué no lo haces.
            El joven entró y se sentó enfrente de ella (correcto; si podía tutearla, también podía sentarse sin solicitar su permiso). Lindsay Cassady miró con sus láseres a los ojos del chico, y éste solo pudo aguantar un segundo esa mirada inquisidora. Randolph optó por fijar su vista en las sobresalientes venas que surcaban las manos de ella.
            -Bien, Randolph. Llevas unos dos años aquí con nosotros. Sí. Y digo nosotros porque yo me considero parte intrínseca de esta empresa, y me alegro de eso. Y sé que la Katsumoto igualmente se alegra de mi fidelidad hacia ellos. Simbiosis, quid pro quo, una mano lava a la otra... -la mujer paró para tomar aire y reflexionar-. Hay varios términos que encajan para describir la relación que tenemos esta empresa y yo. Pero no sé qué término define tu relación con la Katsumoto, Randolph. ¿Qué opinas?
            -Mi relación es laboral, seño...Lindsay.
            -Pero eso ya lo sé...La mía también lo es. Créeme: a mis periquitos y jilgueros* no les pongo los nombres de los presidentes ejecutivos que hemos tenido aquí, ni tengo izada en mi jardín una bandera con el emblema de la empresa. Ya sé que tu relación es laboral. Yo te preguntaba por un término más concreto.
            El chico sacudió la cabeza.
            -No estoy seguro de que lo haya. Mi relación con la Katsumoto no va más allá de trabajar para obtener dinero.
            Ambos permanecieron callados mirándose, ya que ahora sí, Randolph no bajó la mirada.
            -Pero entonces hay una cosa que no entiendo -dijo Lindsay-. Si sólo trabajas para ganar dinero...¿por qué esta semana apenas has trabajado? ¿Acaso ya no lo necesitas? ¿Acaso tu rendimiento aquí depende de tus necesidades económicas? ¡Porque eso sería el colmo! Inconcebible.
            -No es eso...No es tan... simple. Lo que pasa es que he perdido la ilusión de estar aquí. Y no creo que la recupere. Sin ilusión, no hay motivación, y sin motivación...el rendimiento se resiente.
            -Tu rendimiento no se ha resentido. ¡Se ha derrumbado y lo sabes! A ver si lo entiendo. Explícamelo como si tuviera 4 años, ¿de acuerdo? ¿Me estás diciendo que la situación de esta semana va a seguir igual? ¿Que tu rendimiento va a seguir siendo casi nulo?
            El chico, Randolph, suspiró. La pelota estaba en su tejado, y la despejó de un patadón, así:
            -No sé lo que sucederá la semana que viene. Pero sí; muy probablemente la situación seguirá igual.
            -La situación no seguirá igual porque yo no puedo permitirlo, Randolph. Mi trabajo es no permitirlo. ¿Comprendes a lo que me refiero?
            -Sí.
            -¿Y...?
            -Y poco más, Lindsay. Todo está muy claro. En vuestra opinión, mi rendimiento actual es insuficiente para permanecer en plantilla. Y mi rendimiento no va a variar, ni a corto ni a medio plazo. Así que supongo que esto es el fin.
            -¡Desde luego que es el fin! ¡Tu fin! Y permíteme que te diga algunas cosas, Randolph. Te estás comportando como un mocoso. No tienes estudios universitarios...
            -De momento.
            -No me interrumpas, por favor. Te dimos una oportunidad de oro, y no lo estabas haciendo mal. Que has perdido la motivación, dices. ¿Es que quieres que te pongamos de project leader con apenas 21 años y sin estudios? Te creía más sensato.
            -Trabajaré mi sensatez. En eso estamos de acuerdo. Pero la trabajaré lejos, muy lejos de aquí. Es decir, si finalmente deciden despedirme.
            -Hablas como si te hubiéramos tratado mal, y no ha sido así. Te he citado hoy en mi despacho para ver si podía ayudarte; no para despedirte. Randolph...durante estos 2 años te he estado observando más de lo que tú te crees, y la conclusión a la que llegué fue que eras un chico capaz, observador, discreto, y que sabía focalizar sus energías en cosas importantes. Por eso voy a hacerte, otra vez, la siguiente pregunta (cosa que hago en muy contadas ocasiones): ¿vas a subir tu rendimiento a partir de la próxima semana, a partir del lunes?
            -Es muy improbable, Lindsay. A no ser que mi motivación aumente con una subida de sueldo del 40%.
            -Oh, pensé que tus motivaciones se alimentaban de inquietudes más profundas que el dinero.
            -Especulas demasiado sobre mí. ¿No crees?
            -Sí. Especulo demasiado y demasiado mal, por lo que veo. Así que basta de especular. Haré lo que mejor sé hacer: Randolph Utah, estás despedido. Tienes todo el día de hoy para llevarte tus efectos personales de tu cubículo. El gerente de recursos humanos irá a verte en un rato. Buenos días, y buena suerte.
            Randolph la guiñó un ojo, se levantó de la silla y cruzó (ya sin empleo) el desierto enmoquetado hasta la puerta, alimentando así la leyenda. Y comenzando a su vez la suya propia.

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* N. del T: Due to N.B.  








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