Capítulo 11: El oráculo (Jueves, 18-07-2013, 3:13 P.M.)


                Bueno, hasta mañana por la mañana tengo tiempo de pensar en mi estrategia a seguir para con Lindsay. Ó quizás mi estrategia sea no seguir ninguna estrategia, e improvisar. Pero, ¿se puede considerar que improvisas si ya sabes de antemano que vas a improvisar? Dejo ahí la cuestión para los puristas. Mientras tanto y para no rallarme más, os contaré cómo fue la segunda acción correctiva que llevamos a cabo Sam y yo.

                El beneficiario de la acción fue Scott Ramsey. Cuando hablo de Scott, hablo de un joven de 29 años, mecánico de profesión y ciclista de vocación, además de vecino de Sam desde que ésta vino a vivir a Tulsa procedente de Oklahoma City. Scott tenía una novia (ahora es su ex) llamada Bethanie, con la que llevaba dos años de relación. Oficialmente él vivía solo, pero Bethanie se quedaba a dormir muchas noches en su casa, y a menudo invitaban a Sam a cenar con ellos. Encargaban un par de pizzas, ó hamburguesas, ó comida china (a Sam le chifla el pollo kun pao), y con ayuda de unas cervezas ó calimocho, despedían el día. Yo mismo pude disfrutar de esas veladas tan chispeantes e hipercalóricas, en un par de ocasiones. ¿Se podría decir que éramos un grupo de cuatro amigos? Sí; dentro de mi concepto de amistad, sí.

                Una tarde de febrero, Scott se cayó de la bici fracturándose la clavícula y escafoides de su lado izquierdo. Tuvieron que operarle. Su seguro médico se hizo cargo de los gastos médicos. Hasta ahí, todo bien. El primer problema vino en el taller donde trabajaba: le dijeron que no volviera hasta que se recuperase por completo (tres meses), y que hasta entonces le rescindían el contrato sin darle finiquito. Le escribí un e-mail a Jeff, el bueno de Jeff, para preguntarle si eso era legal. Y, efectivamente, lo era.

                Quítale a un hombre -a una persona- su trabajo y su mayor afición, y es probable que se derrumbe, que su fortaleza se diluya como un azucarillo en agua caliente. Más o menos, eso es lo que le pasó a Scott. Os lo cuento.

                Pocos días después de la operación, Beth -que es fotógrafa- se tuvo que marchar durante dos semanas a Chicago a cubrir un inoportuno evento deportivo. Durante esos días, Sam y yo visitamos a Scott tres veces, y empezamos a detectar cosas raras en su comportamiento. Su habitual e innata afabilidad había dejado paso a una hosquedad e irritabilidad desconocida para nosotros. También iba al cuarto de baño con mucha frecuencia, hasta 3 veces en una hora. Sin embargo, no tiraba de la cadena, y no dejaba rastros de orina en el agua del váter, como yo mismo comprobé (a no ser que su pis fuera completamente transparente). Otra cosa a destacar era que le costaba trabajo mantener la concentración y seguir el hilo de la conversación. Era inquietante, pero Sam y yo no indagamos más. Optamos por dejarle tranquilo, y creo que eso fue un error.

                Bethanie se había ido a Chicago dejando a un Scott enrabietado consigo mismo por su accidente. Cuando Beth regresó, se encontró a un Scott desconocido. Desaseado, pasaba de la euforia al pesimismo en cuestión de segundos. Y gritaba; algo inaudito en él. La cocina de su piso daba asco, con alguna que otra mosca volando de plato en plato. La pobre Beth, recién llegada del aeropuerto, cansada y sin ni siquiera haberse pasado por su propia casa, se puso a limpiar ese desaguisado. Después de 2 semanas...¡menudo reencuentro! Resulta que Scott despidió a la chacha panameña que le iba a limpiar la casa 2 veces a la semana, alegando que no podría pagarla porque durante 3 meses no tendría ingresos de ningún tipo (algo muy cierto, por otra parte). Bethanie llamó a Sam al día siguiente y quedaron para tomar café. Sam dijo que "sí, que notaba a Scott cambiado, y no para mejor, precisamente. Pero que no había querido contárselo mientras estaba en Chicago. ¿Tan grave era el asunto? ¿Había ocurrido algo en concreto?"

                -No...no lo sé Sam...Me gritó...Nunca antes me había gritado en estos 2 años. Me dijo que dejase de limpiar, que era su novia, no su sirvienta. Yo le contesté que si alguien no limpiaba esa pocilga, él se convertiría en cerdo muy pronto. Y entonces me gritó que me fuera a tomar por el culo.
                -Uff...¿Y qué hiciste entonces?
                -Nada. Seguí fregando. Él vino a la cocina y me pidió perdón. Pero luego...luego acabé de fregar, me reuní con él en el salón y me dijo que estaba cansado, que quería irse a dormir. ¡¿Puedes creértelo, Sam?! ¡Cansado! ¡Él! Y después de dos semanas sin vernos...apenas me tocó.
                -Humm...no, no tuvo mucho tacto, la verdad.
                -Algo le pasa, Sam. Algo malo.

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                Bethanie tenía razón. Algo malo le pasaba a Scott.

                Todo lo malo se materializó pocos días después. Sam había llamado a la puerta del piso de Scott un par de veces, sin éxito. Y tampoco respondió a nuestras llamadas telefónicas. Entonces, un día, mientras Sam y yo regresábamos caminando de nuestra clase de español, nos topamos de frente con Beth. Tenía el labio inferior partido, y llevaba puestas unas gafas de sol enormes a plena luz de...las farolas, ya que era de noche. Se las quitó y dejó a la vista un ojo hinchado casi cerrado. Samantha y yo la miramos espantados con la boca abierta. La pobre...Enseguida comenzaron a manar lágrimas de su ojo sano. Empezó a farfullar algo mientras los sollozos la tomaban como rehén. Por eso apenas entendí algunas palabras de lo que dijo: ayer, Scott, discusión, pastillas...Suficientes. Bethanie echó a correr. Sam y yo nos quedamos clavados en la acera, shockeados. Finalmente decidimos ir al piso de Scott, que al fin y al cabo, también es el de Sam, ya que son vecinos (eso ya os lo había dicho, ¿no?). No teníamos ni idea de qué íbamos a decirle, pero allá fuimos. Timbramos y aporreamos su puerta durante 5 minutos, de nuevo sin resultado. La alternativa: pasarle una nota por debajo de la puerta. Yo la escribí. Creo recordar lo que puse:

Scott, tío, tenemos que hablar. ¿Qué cojones ocurre? Tú no eres así. Vendremos Sam y yo mañana a las 6:30 p.m. Si no abres entonces, echaré la puerta abajo.

                Después de eso, me despedí de Sam y me fui a mi casa. De repente, me apetecía mucho estar con mi madre y mi hermano.

                Lo más escalofriante de todo era que habían sido dos golpes. Dos, como mínimo. ¿Comprendéis de lo que hablo? Golpear, para a continuación, apuntar, calibrar el nuevo golpe (ya que Beth tras el primer mamporro se habría desequilibrado), y propinárselo. Ensañamiento. ¿Y si la hubiera golpeado con la escayola? No, mejor no pensar eso.

                Llegó el día siguiente. Un día importante en el cual había trabajo que hacer. Y no me refiero al trabajo en la Katsumoto, aunque a pesar de eso, fui a trabajar (la constancia es el don del hombre mediocre). Terminé mi jornada laboral y me dirigí a casa de Sam. Al llegar, ella me condujo de la mano hacia su habitación. Siempre me lleva así porque (según ella), si no me agarrase, los elfos que moran en las paredes de su casa podrían llevarme con ellos y persuadirme de no volver nunca.

                -¿También hay trolls merodeando además de los elfos? -le pregunté un día.
                -No. Solo elfos y algún que otro gnomo errante. Son pacíficos, pero muy persuasivos.
                -Yo una vez meé a un gnomo -confesé-. Casi le ahogo.
                -¡Noo! ¡Jajaja! ¿Por qué hiciste eso?
                -Pues porque ese diminuto anciano no dejaba de mirarme. Y porque yo estaba borracho, por supuesto.
                Conversaciones como éstas eran -y son- nuestro pan de cada día. Un pan muy sabroso.
                Pero volvamos a la acción correctiva. Aquella tarde en la habitación de Sam, se mascaba la tensión. No era el momento de hablar de elfos, trolls ó putos gnomos; sino de Scott. Me descalcé y me puse cómodo en su cama. Sam se sentó en una silla.
                -Bien. Consultemos el oráculo -dijo ella. Y sacó de una bolsa de terciopelo negro 5 piedras grisáceas del tamaño de huevos de gallina, las cuales esparció sobre la colcha de la cama-. ¡Mierda! El oráculo nos dice que la cosa es grave...
                -Ohhh...el gran oráculo. Sólo es un culo que ora. Le partió la cara, Sam. Ya sabemos que la cosa es grave.
                -Sólo le estaba quitando hierro al asunto, gran Randy.
                -Bien, eso está bien. Y ahora que le hemos quitado hierro...arreglemos el asunto. Son las 6:15: vamos allá. Pero antes ven aquí conmigo.

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                No me hizo falta echar la puerta abajo. Aparentemente, el Scott que nos abrió la puerta era como el viejo Scott de siempre, excepto por un ojo inyectado en sangre y una leve palidez apenas perceptible en su rostro bien afeitado. Por la expresión taimada que mostró al abrirnos, comprendí que no nos veía ya como amigos, sino como molestos husmeadores en busca de carroña esparcida. Pensé que, ya de entrada, aquello no pintaba bien. Entonces recordé la cara desfigurada de Bethanie, y me importó un carajo lo mal que pintase aquello.

                No hubo saludos. Hubieran estado...¿cómo se dice? Fuera de lugar. Fue Scott el que empezó la charla.
                - Leí vuestra nota. Supongo que ya sabéis lo que ha pasado.
                - Sabemos lo que ha pasado, pero no el por qué ha pasado -dije-. Y nos gustaría saber el por qué de que la hayas apalizado, no para hacerte sentir culpable, que lo eres, sino para que nos sea menos complicado el poder ayudarte. Ayúdanos a ayudarte, Scott.
                -¿Y si no quiero que me ayudéis?
                -Sería una estupidez. Está claro que, sea lo que sea lo que te pasa, esa situación está pudiendo contigo. Así que sin ayuda, estás jodido. ¿O es que quieres estar jodido? ¿Es eso? ¿Quieres destruirte? Bueno, si es así, no lo entiendo. Pero en el proceso de autodestrucción no salpiques con tu mierda a la gente, como has hecho con Beth.
                -Ohh Randy...¡El buen samaritano! Qué fácil ves el mundo desde tu atalaya de 21 añitos... Pero las cosas no son así. No todo depende de uno mismo. No todo depende de lo que uno quiera, deba, ó pueda hacer. Yo no quise pegar a Bethanie, ¡pero lo hice! Y eres lo que haces, no lo que no quieres hacer. Así que he sucumbido. He hecho algo terrible que no tiene marcha atrás. Y el veros me recuerda a Beth, y eso me destroza...Comprendedme...No quiero estar con vosotros. No lo soporto...¡No me soporto!

                La escena era realmente dolorosa, con los tres de pie en el rellano que daba acceso a su salón. El sufrimiento de Scott casi parecía emanar de él en ondas radiactivas. Era un Chernobyl humano. ¿Pero realmente no podíamos hacer nada por él? ¿Sólo dejarle y mantener una distancia de seguridad?

                -Scott...nos conocemos desde hace 10 años -dijo Sam-. No me vas a borrar de un plumazo de tu vida. Si el que estemos contigo se te hace insoportable porque te recordamos a Beth, piensa en los 8 años anteriores que...
                -No es tan fácil, Sam.
                -¡Pues haz un esfuerzo! ¡¿Qué coño te pasa?! El accidente, estar sin trabajo 3 ó 4 meses...todos tenemos malas rachas.
                -No quiero justificar lo que he hecho.
                -No podrías aunque quisieras -intervine-. Pero sí, ya que sale el tema...¿Qué se te pasó por la cabeza para volverte loco de esa manera?
                Scott permaneció callado unos segundos. Cuatro ó cinco. Hasta que...
                -Soy adicto al Percocet™. Ya sabéis, el analgésico. Me lo recetaron después de la operación. Me advirtieron de que fuera muy estricto con las dosis. Pero chico, caí. Sigo cayendo. He tratado de dejarlo varias veces...y...no puedo. Es superior a mí, y eso me consume, me enfurece. Soy una puta mierda de tío. Pero escuchadme: cuando os vayáis de aquí, voy a tomarme 3 píldoras a palo seco, masticándolas bien despacio para que se impregne bien el paladar. Y será maravilloso...asquerosamente maravilloso. Ahora, por favor, marchaos de aquí.
                -Percocet™...¿Lo saben tus padres? -dijo Sam.
                -No. Díselo, si quieres. Echa una palada más de mierda en mi vida...jajaja. Ya hasta casi me gusta el sabor. Por favor, marchaos. Me hacéis daño.
                -Pobrecillo -dije-. Vámonos Sam.
                -Espera -me dijo-. Siempre podrás acudir a mí, Scott. A nosotros. ¿Me has entendido? -Silencio-. ¡Contesta! ¿¡Me has entendido!?
                -Sí. Y lo haré. Cuando acabe la tormenta, si acaba. Pero ahora...adiós.

                Nos despedimos de él. Sam con un breve abrazo, y yo con un lacónico "adiós".

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                Así pues, esa fue nuestra segunda acción correctiva. ¿Un fracaso? Humm... No sé si ese término tiene cabida aquí. Ahora que lo pienso, ni siquiera sé si se podría catalogar de acción correctiva. Hicimos lo que teníamos que hacer. Simplemente.

                No hemos vuelto a ver a Scott. Pocas semanas después de aquéllo, se marchó de su apartamento tras estar 10 años viviendo en él. Sam mantiene un tímido contacto con sus padres, y por eso sabemos que Scott ahora vive en Topeka, Kansas.

                Bethanie no le denunció.

                ¿Por qué os he contado este episodio de mi vida? ¿Tiene alguna repercusión con mi presente? Creo que no especialmente. Lo he contado porque hay que darse cuenta de que por muy azul que esté el cielo, los nubarrones se ciernen a la mínima oportunidad. Aunque seguro que muchos de vosotros eso ya lo sabíais.
               



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