Como os he dicho antes, llevo 2 años y pico en este
trabajo. Pero la Katsumoto Corporation ya no es importante. ¿Sabéis lo que es
importante? Mi chica.
Ella se
llama...se llama...sí; se llama Samantha Lisicki. Yo la llamo Sam. Una
auténtica joyita de ascendencia polaca. Ella es la que me ha animado para que
empiece a ser productivo para el mundo. Pero no es fácil serlo. Si no lo llevas
en la sangre, tienes que aprender. Y Sam me da clases particulares. ¿Pero qué
es eso de ser productivos para el mundo?
Bueno, no es un término que tenga un único significado. Puede significar 7.000
millones de cosas diferentes. Una por cada persona que habita e infecta este
mundo. Pero para Sam y para mí, el ser
productivos para el mundo es algo muy sencillo. Se trata de acumular
buen rollo en un proceso sinérgico y simbiótico en el que ambos participamos, y
luego utilizarlo para hacer una acción correctiva que mejore el mundo. Esta
acción correctiva, a su vez, puede retribuir más buen rollo. Aunque por
desgracia no siempre ocurre así. ¿Me seguís? Primero se acumula buen rollo, y
luego con él se hace la acción correctiva. ¿Cómo generamos Sam y yo el buen
rollo? Estando juntos. Por ejemplo, hablándonos, ó follando, ó haciendo yoga en
su habitación, yendo al cine, etcétera, etcétera. Algunos ejemplos son:
Cuando estamos
tumbados en la cama mirando las musarañas, hay veces, no sé por qué, que me
entra frío. Y yo se lo digo. "Sam, tengo frío". Inmediatamente ella
se coloca encima de mí, cubriéndome boca abajo, hundiendo su cabeza entre mi
hombro y mi cuello, y me transmite no solo su calor sino también sus buenas
vibraciones, su buen rollo. ¿Seré yo su
acción correctiva? Uff...me da miedo preguntárselo. No, miedo no. Porque desde
que estoy con ella apenas tengo miedo de nada. No es miedo. Más bien es como
cuando preguntas por el final de una película a alguien que ya la ha visto,
mientras tú aún la estás viendo. Que sí, que es una gilipollez, pero hay gente
que lo hace. El caso es que al instante dejo de tener frío y lo único que
quiero es seguir así un jodido minuto tras otro. También de vez en cuando vamos
a jugar al tenis a las canchas que hay a las afueras de Tulsa. Solemos ir en
bici hasta allí. Y creedme si os digo que es un espectáculo digno de faraones
ver a Sam corriendo de un lado a otro golpeando la bola (aunque la mande al
quinto coño porque aún es muy novata). Ella se planta sus zapatillas blancas,
calcetines tobilleros, sus pantalones de ciclista, su camiseta sin mangas, su
moño de andar por casa (aunque enseguida se le deshace y opta por una cola de
caballo que oscila con furia a cada movimiento que hace), y a correr detrás de
la bola. A los 5 minutos tiene unos coloretes en sus mejillas que hacen juego
con su cabello color berenjena. Y la digo "Sam, paramos a beber,
¿vale?". Y ella me dice: "Para tú y bebe. Yo mientras practico el
saque". Ella es así; una leona metida en un cuerpecillo de 50 kilos.
Sam, Sam,
Sammm...Saammmm...mmmm...Sammmmmammammm...
Cuando su nombre reverbera así en mi
mente, como un mantra, es señal de que necesito verla. Oh
sí, nena. Dentro de 45 minutos saldré de mi cubículo y pondré rumbo a ti. Puede
que hoy planeemos una nueva acción correctiva. No creáis que hacemos nada del
otro mundo. Ni nosotros pensamos que vamos a salvarlo. El mundo ya no va a
tener solución mientras la especie humana siga dominando. Pero sí podemos
retrasar el desastre final un poco. No son grandes contribuciones las que
hacemos, sobre todo porque no tenemos herramientas para maximizar nuestras
acciones. Y los que tienen esas herramientas las utilizan para robar, estafar,
defraudar, mentir, manipular. Es lo que pasa en España. Un país que siempre me
ha interesado y seguido con bastante interés todo lo que allí sucede. Deduzco
que España se ha convertido en una ratonera. Pobre gente...
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Hace 8 meses la Katsumoto
Corporation me animó (jajaja) a asistir a un curso de
español co-financiado por ellos. Dos días a la semana la empresa me dejaba
salir una hora antes para poder llegar a tiempo a la academia que lo impartía.
Entre los alumnos había caras que me resultaban familiares del trabajo, pero yo
siempre prefería sentarme solo pues ya por aquel entonces estaba empezando a
desarrollar una cierta aversión por todo lo relacionado con mi curro. Las
clases eran anodinas. En los textos fotocopiados que nos daba el profesor
Vázquez siempre aparecían las mismas celebridades y estereotipos: Nadal,
Guardiola, Almodóvar, Gaudí, el jodido Terenci Moix...el Acueducto, la
Alhambra, toros, siesta...Y entonces ocurrió lo inevitable. En la tercera
clase, el profesor Vázquez nos hizo presentarnos a todos. En español.
(*Cursiva y negrita: En español en el original).
-Hola. ¿Cómo están... vosotros? Me
llamo... es Randy Utah. Tengo 20 años -balbuceé
mientras volvía a tomar asiento, y escuchaba un par de risitas de ésas que uno
sabe que se las ha ganado y las acepta deportivamente. Bueno, según como te
pille el día.
-Educado y escueto. Me gusta
-comentó Vázquez.- El siguiente, por favor. Sí,
usted, el caballero de gafas y barba de tres días. Adelante.
Y así se sucedieron una tras otra
las presentaciones de los alumnos hasta llegar a las últimas dos chicas.
Siempre se sentaban en primera fila y nunca había podido fijarme bien en ellas.
La que primero se levantó para presentarse era muy menudita -no más allá del
1,60 m- y llevaba un extraño pantalón amarillo pollo que no permitía valorar
muy bien su culo (sí, me gusta valorar los culos de las tías, y, sinceramente,
me considero un gran valorador de culos. Los valoro del 1 al
10, y con un decimal. Si tuviera acceso a la textura y a la dureza, podría
llegar a valorar con centésimas). Por arriba llevaba una sudadera morada con
capucha. Amarillo y morado...una combinación rara, tanto como ver a un
unicornio pastando en Central Park. Pero eh! No juzgues y no serás juzgado.
Llevaba el pelo recogido en una gruesa pero corta trenza de color castaño
claro. Entonces habló.
-Hola a todos. Mi nombre
es...
-No, no, no señorita
-la interrumpió Vázquez.- Jejeje, no puede presentarse
dando la espalda a quienes desean conocerla, ¿no cree?
Ella se giró y entonces pude verla en todo su
esplendor.
Pero lo que a mí me parece esplendor puede que a otros
les repugne, así que no me detendré a describiros su rostro. Excepto sus ojos
grandes de color verde esmeralda debajo de unas cejas del grosor perfecto
(cuidado con las pinzas de depilar, chicas; a veces es peor el remedio que la
enfermedad).
-Hola a todos. Mi nombre es
Samantha -no dijo su apellido. Pues
claro que no. ¿Para qué iba a decírselo a una panda de desconocidos? Con apenas
siete palabras ya había demostrado tener un sentido común más desarrollado que
el mío-. Mi edad es 21 años. Nací en Oklahoma City, pero ya
estoy en Tulsa desde hace 10 años.
Y así fue como supe de su existencia. Ya me las apañaría
más adelante para que ella supiese de la mía. Pero de momento, ese día en clase
de español, mi vida dio un salto de calidad.
Vaya, se me hace tarde y tengo una cita con una chica que
nació en Oklahoma City pero que ya está en Tulsa desde hace 10 años. Debo
abandonar mi cubículo.
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