Capítulo 5: Caída de la aplicación (Miércoles, 17-07-2013, 10:12 A.M.)


Pero ya estoy de vuelta en él.
             Parece que hoy vamos a salir de la monotonía en la Katsumoto Corporation. La aplicación informática con la que trabajamos se ha caído, y sin ella no somos nadie. Digamos que nuestra misión es hacer oes con canutos. Pero si no hay oes a las que poder hacer canutos, somos incapaces de poner puntos a las íes, ó diéresis a las úes; tal es nuestra especialización. Así que hoy podré dedicar más tiempo aún a contaros mi historia. La Historia de Randy Utah.
Miro a mi derecha y veo a mi compañera Lucille comiéndose una bolsa de Risketos. ¡Sólo son las 10:15 de la mañana, por el amor de dios! Veo un endocrino en tu futuro, Lucille, ohh síí. En fin, allá ella.
 Miro a la izquierda y veo por la ventana el callejón lateral que bordea el edificio. Está empezando a llover.
Miro hacia delante y veo mi monitor de 29 pulgadas, y leo lo que estoy escribiendo, y escribo lo que estoy leyendo...miro hacia delante y veo mi monitor de 29 pulgadas, y leo lo que escribo...escribo lo que leo...¡Joder! ¡Es un puto bucle! ¡Si no salgo pronto de él, se creará un agujero de gusano y podría desaparecer dentro de mí mismo!
Vale, falsa alarma. Ya he salido del bucle.
Si me dais permiso, os contaré ahora la primera acción correctiva que hicimos Sam y yo. Ocurrió hace unos 3 meses. No, no ocurrió. Hicimos que sucediera. Aunque fue una tontería, sin ánimo de pecar de falsa modestia. Simplemente rehabilitamos un pequeño descampado de unos 500 metros cuadrados que hay en la calle Fleetwood. Lo hicimos en 2 noches. Nos encontrábamos allí a las 4 de la mañana y nos íbamos tres horas más tarde con el tiempo justo para que yo pudiera ir a mi casa, ducharme, desayunar e ir al trabajo.
La primera noche pintamos de azul celeste el muro que recorría uno de sus laterales, tapando así los graffitis horribles que lo infestaban. El jodido muro tenía tres metros de altura, pero con la ayuda de un taburete plegable pude llegar a las zonas altas. Lo pintamos con pintura de brocha gorda y sin más luz que la que nos proporcionó la Luna. Después de pintarlo, Sam y yo nos dedicamos a sanear el descampado de la basura más aparatosa (dos neumáticos, una lona agujereada, el somier de un colchón, medio colchón...). Durante esas tres horas apenas vimos a nadie pasar por la calle. Nadie nos molestó.
         La segunda noche, la misión de Sam consistió en decorar el muro con dibujos, adornos, frases, emblemas...lo que ella quisiera, pintado todo con spray y con el azul celeste de la noche anterior de fondo. Tuvo que hacerlo deprisa porque el muro tenía unos 20 metros de longitud, y nuestro tiempo era limitado. Pero lo consiguió. Y le quedó precioso. Alternó motivos indios de las tribus cherokee y semínola, con series de símbolos inventados sobre la marcha, animales a medio trazar, fórmulas matemáticas, la bandera tibetana...y en las zonas altas escribió algunas frases. La que se me viene ahora a la mente es: ayúdame a ayudarte (sí; plagiada de la película 'Jerry McGuire'. En concreto, escena de los vestuarios con Cuba Gooding Jr. secándose desnudo al aire tras un entrenamiento). Yo mientras tanto, provisto -al igual que Sam- de un frontal con luz sobre mi frente, iba liberando al descampado de la basura pequeña, es decir, latas, botellas, cajetillas de tabaco...entre otras cosas. Por fortuna, el descampado es inaccesible para los coches. ¿Lo pilláis? Eso es. No había preservativos usados (ó eso pensé en aquel momento).
Estábamos cada uno concentrado en lo suyo, sin hablar lo más mínimo entre nosotros, cuando a eso de las 5:30, vi que la ventana de un tercer piso se iluminaba. Alguien nos observaba. Cinco minutos después la luz se apagó, y tras unos instantes emergió de ese mismo portal un hombre que se dirigió sin vacilar hacia el descampado. Metí una botella de 7-Up en la bolsa de basura y aguardé su llegada. El hombre que se me acercó tenía unos 50 años, con un pelo muy canoso y rizado, demasiado largo y encrespado para, digamos, trabajar en una oficina. Cuando llegó a mí, apagué el frontal para no deslumbrarle. Pero yo no iba a hablar primero. Era él quien tenía que dejar claras sus intenciones. Y eso hizo.

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