Capítulo 6: El bueno de Jeff (Miércoles, 17-07-2013, 12:02 P.M.)


-Hola, chico -dijo-. Tu amiga lo está haciendo muy bien. Oye... ¿necesitas otro par de manos para el trabajo sucio?
-...Sí...por supuesto...sería genial...-ese hombre me había sorprendido, para bien.
-Estupendo. Yo quitaré esas malas hierbas de ahí -y se sacó una tijeras de podar de debajo de su camiseta-. Por cierto, me llamo Jeff.
-Encantado -dije. Aunque no hubo apretón de manos debido a la porquería que tenían mis guantes-. Yo soy Randy. Y ella es Samantha.
Ambos la miramos. Pero ella seguía enfrascada en su obra mural sin hacernos caso.
-Bien, basta de cháchara Randy. Hay faena y supongo que al alba os iréis, como ayer.
-Sí, pero...
Pero no me escuchaba. Ya se iba en pos de las malas hierbas mientras encendía su linterna prendida del cinturón. El bueno de Jeff.
Yo volví a mis tareas de recolección: Pall Mall, Chesterfield, Philip Morris, Lucky Strike...hojas de revistas, de periódicos...un peluche Winnie the Pooh, muda de piel de serpiente... ¡ah noo, es un condón! Los hay que mojan en cualquier sitio y en cualquier situación. Pero lo importante era que estábamos dejando el descampado como un tapete, como una pradera ideal para hacer un picnic.
       A eso de las 6:30, y aún sin un ápice de luz asomando por el Este, Sam y yo (y Jeff) recibimos otra visita. La policía del Condado. Para proteger y servir, Dios les bendiga. De nuevo la policía se topaba conmigo. Ó viceversa. La primera vez que pasó, me quedé sin beca universitaria. Y luego en aquel descampado...¿acaso estuvimos cometiendo algún delito? No había ninguna verja, ni ningún cartel que prohibiera el paso. Es cierto que Sam estaba haciendo un graffiti. Pero eso era arte, no gamberrismo. Así se lo tuve que hacer saber al poli, ya que éste resultó ser tan estrecho de miras como para no poder comprenderlo por sí mismo. Con la ayuda de Jeff. El bueno de Jeff.
El coche patrulla eructó ese único pasmuti. Yo no me quedé quieto a esperarle. Me dirigí despacio hacia él para que supiera que no me intimidaba. Él, a su vez, caminaba acariciando su porra colgada del cinto en un gesto casi obsceno y bastante amenazador. Nos encontramos en el límite del descampado con la acera. El poli era bastante novato, con recientes marcas de acné severo en unas mejillas libres de cualquier atisbo de barba.
-Buenas noches agente...O'Malley -dije leyendo su nombre en el uniforme-. ¿Hay algún problema?
-Eso no depende mí. Qué estáis haciendo.
-Estoy limpiando este parque. Hay mucha basura y tengo un sobrino que a veces viene aquí a jugar con la pelot...
-Esto no es un parque. Abre esa bolsa de basura. Quiero ver qué hay dentro.
Eso hice. O'Malley utilizó la porra para examinar el contenido. Qué esperaba encontrar, solo él, esclavo de una mente abyecta, lo sabría. Después de un breve examen, dejó caer la bolsa al suelo.
-¿Recogiendo mierda de un descampado de mierda en una calle de mierda, de madrugada? ¿Por qué? ¿Por una apuesta o algo así? Explícate chico, y sé convincente. Luego será tu amiga la que tendrá que serlo. Habla.
¿Que se lo explicara? ¿A ese mequetrefe? Sólo el hecho de pensar en tener que explicarle algo, cualquier cosa, me daba asco. Pero también estaba Sam. No quería que la mierda salpicara a mi novia.
-Agente...ya le he dicho que no estamos haciendo nada malo. En este descampado había jeringuillas y pipas de crack -era mentira-. Eso no es normal. Ni bueno. Si eso no es motivo suficiente...
Por el rabillo del ojo detecté un movimiento sigiloso, lento pero constante, fuera del alcance visual de O'Malley. Era Jeff, y parecía empuñar algo en su mano derecha. ¿Qué creéis que se proponía hacer ese cabronazo de pelo blanco? Enseguida lo sabréis. La verdad es que en aquel momento, yo me acojoné bastante.
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       Disculpadme amigos, pero tengo hambre. Son más de las 12 del mediodía, y no he probado bocado desde el desayuno. ¿Sabéis? Si tengo el estómago vacío, me cuesta pensar con claridad y escribir con fluidez. Y vosotros, mis lectores, me queréis claro y fluido. Así que comeré mis Papadelta, regadas con 33 cl de agua de manantial. También necesito que me dé el aire; saldré a los aledaños del edificio a no fumarme un cigarrillo. ¡Qué coño! Incluso me daré un paseo. La aplicación sigue caída en la Katsumoto Corporation, y todos dan gracias a Dios por ello. Yo prefiero dárselas por otras cosas.
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-Agente... ya le he dicho que no estamos haciendo nada malo. En este descampado había jeringuillas y pipas de crack. Eso no es normal. Ni bueno. Si eso no es motivo suficiente...
-Pues no, no lo es. ¿Quién cojones os creéis que sois? ¿Los salvadores de la madre Tierra ó algo así? ¡A tomar por culo! No quiero niñatos merodeando de madrugada, manipulando pipas de crack, haciendo pintadas...A tu amiga la voy a meter un paquete por actos vandálicos, y que decida el juez si lo que hace es arte ó no.
Mientras tanto, Jeff seguía detrás del agente O'Malley. Pero yo conseguí ver qué llevaba en su mano derecha, y enseguida supe lo que debía hacer.
-Esa chica no es mi amiga, agente. Es mi novia. Pero ¿sabe? Es muy...liberal. Hasta hace poco iba a clases de gimnasia rítmica. ¿Quiere que...-guiño de ojo- se la presente? Ella hará lo que yo le diga que haga. ¿Qué me dice agente O'Malley?
-Digo que eres una rata inmunda, y que no me interesan las zorritas de culo estrecho como ésa. Proxeneta hijo de puta, ¿intentas sobornarme con un polvo de esa cerda hippie para evitar una multa de 300 míseros dólares? ¡Se te ha caído el pelo gilipollas! ¡Documentación!
Pero yo me quedé mudo, quieto y serio, aguantando la mirada a ese chaval-policía fantoche.
-¿A qué esperas? -prosiguió- ¿Es que también eres retrasado? ¿Probamos con el lenguaje universal de la porra? -y la blandió hacia mí. Era negra, obligatoriamente de material plástico según la nueva ley aprobada tras los disturbios con los chicanos en Nuevo México 4 meses atrás.
-Ejjjeeejj -carraspeó Jeff para, por fin, hacerse notar a O'Malley, el cual se dio la vuelta de un salto.
-Pero qué coño...¡y tú de dónde sales! -exclamó O'Malley, que a continuación descubrió lo que Jeff tenía en su mano derecha-. ¿Pero qué coño...?
-Se repite un poco, agente -dijo Jeff-. Y yo no he visto un coño desde hace meses.
Efectivamente, lo que Jeff agarraba en su diestra no era un coñ..., no era una vagi...En fin, ya me entendéis. No era eso.
   Era un móvil. Un puto móvil grabando un video. Bienvenido al siglo XXI, O'Malley. Sonríe a la cámara, pasmuti.
-Me llamo Jeff Henderson. Soy abogado, socio fundador del bufete Weinstein, Goldenthal, Keytel & Henderson. Aunque ahora estoy de baja. La vesícula, ¿sabe? Nada grave. Pero vayamos al grano, hijo. ¿Puedo llamarle hijo? -el policía callaba. O'Malley estaba demasiado sorprendido para articular palabra, procesando los extraños sucesos que pasaban a su alrededor-. De acuerdo. Esta es mi oferta -prosiguió Jeff, que me miró un instante-. Nuestra oferta. Deje a los chicos en paz. Deje de incordiar. En definitiva, esfúmese.
                  -¿Qué c...? ¡Noo! ¡Deme ese móvil! Se lo re... re... ¡requiso! ¡Queda requisado!
  -¿Requisar un móvil? -le sonrió Jeff-. No estamos en Cuba, hijo. Deje de decir sandeces. Le repito que está hablando con un abogado. Y permítame que complete nuestra oferta: lárguese ya o el contenido de este vídeo verá la luz en redes sociales, foros de aspirantes a policías, incluso tengo un contacto en el Daily Oklahoman. Ya lo he enviado por whatsapp a un amigo. La cadena ya está en marcha, ¿entiende O'Malley? ¿Le gustaría verse a sí mismo en la red llamando a estos chavales cosas como hijo de puta, gilipollas, cerda hippie y...humm...¿cómo dijo?...ah, sí; zorrita de culo estrecho. ¿Es así como lee los derechos a los contribuyentes? Yo podría ser procesado por violación de tu intimidad, desde luego. Pero tus días de azul se terminarían ipso facto. ¿Puedo tutearte, verdad hijo?
-Puedes irte a la mierda, vejestorio. Tú también, niñato. Y la puta. Los tres -se enfundó la porra y comenzó a batirse en retirada-. Si ese video se divulga, iré a por vosotros. Y no tendré nada que perder.
-De acuerdo O'Malley -dije-. No hace falta hacer un drama y ponerse en lo peor. Lárguese de una vez y olvidemos el asunto. Vamos, pipiolo, con viento fresco.
Jeff hizo una mueca de disgusto. Pero no pude resistir la tentación de intervenir. Sí, lo sé. Creo que ése es uno de mis principales defectos: el hacer leña del árbol caído, el crecerme cuando mi adversario ya ha sido empequeñecido incluso aunque no haya sido yo el empequeñecedor.
Pude intuir la furia de aquel policía en la mirada que me dirigió. Sin esa mirada, este episodio con O'Malley no hubiera ido más allá de ser una anécdota graciosa. Pero esa mirada lo convirtió en algo un poco turbio. Espero que no tengáis que soportar miradas así con frecuencia, queridos lectores. Lo contrario no diría mucho a favor de vuestras vidas, de vuestra forma de ser.
El caso es que O'Malley se marchó en silencio desapareciendo de nuestras vidas.
-Muchas gracias, Jeff. Jeff Henderson.
-De nada. Ha sido divertido. Pero me entristece ver la clase de policías que patrullan hoy en día por Tulsa -dijo con aire pesimista-. No es el primer mentecato de uniforme que me encuentro últimamente.
-¿Es que acaso ha habido tiempos mejores en Tulsa?
-Sí, chico. Los tiempos de los indios -me dijo. Y en aquel instante no supe si me lo decía en serio ó no. Ahora que he leído algo acerca del tema de los colonos...sé que hablaba en serio.

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Después de la fallida incursión de O'Malley en el descampado, ya no hubo más sorpresas ni incidentes. Jeff y yo continuamos con nuestras tareas sin charlar demasiado, esperando a que Sam acabara con lo suyo. Soy de los que piensan que las palabras no son estrictamente necesarias para demostrar afecto, incluso aunque tampoco haya contacto físico ó visual con la otra persona. Yo sabía que Jeff sabía que yo le estaba profundamente agradecido por librarnos del policía. Y eso me reconfortaba. Aún así, quise indagar más en él (no por mera curiosidad, sino como muestra de sincero interés y respeto) y le pregunté si de verdad era abogado. Es que, a ver, un abogado siempre parece un abogado (por mucho que esté de baja con problemas de vesícula), pero las pintas que tenía Jeff se parecían más a las de un jugador de bolos retirado, divorciado y enfadado con su peluquero. No obstante, no sólo me confirmó su condición de abogado dándome la tarjeta de presentación de su bufete, sino que además me dijo que si tenía algún problema legal en el futuro, acudiera a él. Le contesté que, llegado el caso, su bufete sería mi primera -y única- opción. El bueno de Jeff.

Sam terminó al fin su obra. Recogimos los bártulos, y ya solo nos quedó poner el broche final: clavar al comienzo del descampado uno de esos típicos carteles de "se vende". Solo que en el nuestro, lo que ponía era "ZANZÍBAR PARK". Lo eligió Sam y a mí me encantó (no soy un pusilánime, pero por norma general, todo lo que ella hace, dice, piensa y maquina, me encanta). Zanzíbar, la capital de Tanzania. ¿No os evoca imágenes de selva, manantiales, montañas, leones y zulúes? A mí sí.

Y así fue como, en nuestra primera acción correctiva, inauguramos el Zanzíbar Park.

Pasé por la calle Fleetwood cinco días después, y el cartel seguía donde yo lo clavé. Visto a la luz del día, el muro de Sam era más bonito que la jodida Capilla Sixtina. Una pareja de adolescentes hablaban sentados en la hierba con las mochilas a sus pies. Reían.

Una semana después, el cartel ya no estaba.


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