-Hola, chico -dijo-. Tu amiga lo está haciendo muy bien.
Oye... ¿necesitas otro par de manos para el trabajo sucio?
-...Sí...por supuesto...sería genial...-ese hombre me
había sorprendido, para bien.
-Estupendo. Yo quitaré esas malas hierbas de ahí -y se
sacó una tijeras de podar de debajo de su camiseta-. Por cierto, me llamo Jeff.
-Encantado -dije. Aunque no hubo apretón de manos debido
a la porquería que tenían mis guantes-. Yo soy Randy. Y ella es Samantha.
Ambos la miramos. Pero ella seguía enfrascada en su obra
mural sin hacernos caso.
-Bien, basta de cháchara Randy. Hay faena y supongo que
al alba os iréis, como ayer.
-Sí, pero...
Pero no me escuchaba. Ya se iba en pos de las malas
hierbas mientras encendía su linterna prendida del cinturón. El bueno de Jeff.
Yo volví a mis tareas de recolección: Pall Mall,
Chesterfield, Philip Morris, Lucky Strike...hojas de revistas, de
periódicos...un peluche Winnie the Pooh, muda de piel de serpiente... ¡ah noo,
es un condón! Los hay que mojan en cualquier sitio y en cualquier situación. Pero
lo importante era que estábamos dejando el descampado como un tapete, como una
pradera ideal para hacer un picnic.
A eso de las 6:30, y aún sin un
ápice de luz asomando por el Este, Sam y yo (y Jeff) recibimos otra visita. La
policía del Condado. Para proteger y servir, Dios les bendiga. De
nuevo la policía se topaba conmigo. Ó viceversa. La primera
vez que pasó, me quedé sin beca universitaria. Y luego en aquel
descampado...¿acaso estuvimos cometiendo algún delito? No había ninguna verja,
ni ningún cartel que prohibiera el paso. Es cierto que Sam estaba haciendo un
graffiti. Pero eso era arte, no gamberrismo. Así se lo tuve que hacer saber al
poli, ya que éste resultó ser tan estrecho de miras como para no poder
comprenderlo por sí mismo. Con la ayuda de Jeff. El bueno de Jeff.
El coche patrulla eructó ese único
pasmuti. Yo no me quedé quieto a esperarle.
Me dirigí despacio hacia él para que supiera que no me intimidaba. Él, a su
vez, caminaba acariciando su porra colgada del cinto en un gesto casi obsceno y
bastante amenazador. Nos encontramos en el límite del descampado con la acera.
El poli era bastante novato, con recientes marcas de acné severo en unas
mejillas libres de cualquier atisbo de barba.
-Buenas noches agente...O'Malley -dije leyendo su nombre
en el uniforme-. ¿Hay algún problema?
-Eso no depende mí. Qué estáis haciendo.
-Estoy limpiando este parque. Hay mucha basura y tengo un
sobrino que a veces viene aquí a jugar con la pelot...
-Esto no es un parque. Abre esa bolsa de basura. Quiero
ver qué hay dentro.
Eso hice. O'Malley utilizó la porra para examinar el
contenido. Qué esperaba encontrar, solo él, esclavo de una mente abyecta, lo
sabría. Después de un breve examen, dejó caer la bolsa al suelo.
-¿Recogiendo mierda de un descampado de mierda en una
calle de mierda, de madrugada? ¿Por qué? ¿Por una apuesta o algo así? Explícate
chico, y sé convincente. Luego será tu amiga la que tendrá que serlo. Habla.
¿Que se lo explicara? ¿A ese mequetrefe? Sólo el hecho de
pensar en tener que explicarle algo, cualquier cosa, me daba asco. Pero también
estaba Sam. No quería que la mierda salpicara a mi novia.
-Agente...ya le he dicho que no estamos haciendo nada
malo. En este descampado había jeringuillas y pipas de crack -era mentira-. Eso
no es normal. Ni bueno. Si eso no es motivo suficiente...
Por el rabillo del ojo detecté un movimiento sigiloso,
lento pero constante, fuera del alcance visual de O'Malley. Era Jeff, y parecía
empuñar algo en su mano derecha. ¿Qué creéis que se proponía hacer ese
cabronazo de pelo blanco? Enseguida lo sabréis. La verdad es que en aquel
momento, yo me acojoné bastante.
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breve
interludio: breve interludio: breve interludio: breve interludio:
Disculpadme amigos, pero tengo
hambre. Son más de las 12 del mediodía, y no he probado bocado desde el
desayuno. ¿Sabéis? Si tengo el estómago vacío, me cuesta pensar con claridad y
escribir con fluidez. Y vosotros, mis lectores, me queréis claro y fluido. Así
que comeré mis Papadelta, regadas con 33 cl de agua de manantial. También
necesito que me dé el aire; saldré a los aledaños del edificio a no fumarme un
cigarrillo. ¡Qué coño! Incluso me daré un paseo. La aplicación sigue caída en
la Katsumoto Corporation, y todos dan gracias a Dios por ello. Yo prefiero
dárselas por otras cosas.
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-Agente... ya le he dicho que no estamos haciendo nada
malo. En este descampado había jeringuillas y pipas de crack. Eso no es normal.
Ni bueno. Si eso no es motivo suficiente...
-Pues no, no lo es. ¿Quién cojones os creéis que sois?
¿Los salvadores de la madre Tierra ó algo así? ¡A tomar por culo! No quiero
niñatos merodeando de madrugada, manipulando pipas de crack, haciendo
pintadas...A tu amiga la voy a meter un paquete por actos vandálicos, y que
decida el juez si lo que hace es arte ó no.
Mientras tanto, Jeff seguía detrás del agente O'Malley.
Pero yo conseguí ver qué llevaba en su mano derecha, y enseguida supe lo que
debía hacer.
-Esa chica no es mi amiga, agente. Es mi novia. Pero
¿sabe? Es muy...liberal. Hasta hace poco iba a clases de gimnasia rítmica.
¿Quiere que...-guiño de ojo- se la presente? Ella hará lo que yo le diga que
haga. ¿Qué me dice agente O'Malley?
-Digo que eres una rata inmunda, y que no me interesan
las zorritas de culo estrecho como ésa. Proxeneta hijo de puta, ¿intentas
sobornarme con un polvo de esa cerda hippie para evitar una multa de 300
míseros dólares? ¡Se te ha caído el pelo gilipollas! ¡Documentación!
Pero yo me quedé mudo, quieto y serio, aguantando la
mirada a ese chaval-policía fantoche.
-¿A qué esperas? -prosiguió- ¿Es que también eres
retrasado? ¿Probamos con el lenguaje universal de la porra? -y la blandió hacia
mí. Era negra, obligatoriamente de material plástico según la nueva ley
aprobada tras los disturbios con los chicanos en Nuevo México 4 meses atrás.
-Ejjjeeejj -carraspeó Jeff para, por fin, hacerse notar a
O'Malley, el cual se dio la vuelta de un salto.
-Pero qué coño...¡y tú de dónde sales! -exclamó O'Malley,
que a continuación descubrió lo que Jeff tenía en su mano derecha-. ¿Pero qué
coño...?
-Se repite un poco, agente -dijo Jeff-. Y yo no he visto
un coño desde hace meses.
Efectivamente, lo que Jeff agarraba en su diestra no era
un coñ..., no era una vagi...En fin, ya me entendéis. No era eso.
Era un móvil. Un puto móvil grabando
un video. Bienvenido al siglo XXI, O'Malley. Sonríe a la cámara, pasmuti.
-Me llamo Jeff Henderson. Soy
abogado, socio fundador del bufete Weinstein, Goldenthal, Keytel &
Henderson. Aunque ahora estoy de baja. La vesícula, ¿sabe? Nada grave. Pero
vayamos al grano, hijo. ¿Puedo llamarle hijo? -el policía callaba. O'Malley
estaba demasiado sorprendido para articular palabra, procesando los extraños
sucesos que pasaban a su alrededor-. De acuerdo. Esta es mi oferta -prosiguió
Jeff, que me miró un instante-. Nuestra oferta. Deje a los chicos en
paz. Deje de incordiar. En definitiva, esfúmese.
-¿Qué c...? ¡Noo! ¡Deme ese móvil! Se lo re... re... ¡requiso! ¡Queda requisado!
-¿Qué c...? ¡Noo! ¡Deme ese móvil! Se lo re... re... ¡requiso! ¡Queda requisado!
-¿Requisar un móvil? -le sonrió
Jeff-. No estamos en Cuba, hijo. Deje de decir sandeces. Le repito que está
hablando con un abogado. Y permítame que complete nuestra oferta: lárguese ya o
el contenido de este vídeo verá la luz en redes sociales, foros de aspirantes a
policías, incluso tengo un contacto en el Daily Oklahoman. Ya
lo he enviado por whatsapp a un amigo. La cadena ya está en
marcha, ¿entiende O'Malley? ¿Le gustaría verse a sí mismo en la red llamando a
estos chavales cosas como hijo de puta, gilipollas, cerda
hippie y...humm...¿cómo dijo?...ah, sí; zorrita de culo estrecho. ¿Es
así como lee los derechos a los contribuyentes? Yo podría ser procesado por
violación de tu intimidad, desde luego. Pero tus días de azul se terminarían
ipso facto. ¿Puedo tutearte, verdad hijo?
-Puedes irte a la mierda, vejestorio. Tú también, niñato.
Y la puta. Los tres -se enfundó la porra y comenzó a batirse en retirada-. Si
ese video se divulga, iré a por vosotros. Y no tendré nada que perder.
-De acuerdo O'Malley -dije-. No hace falta hacer un drama
y ponerse en lo peor. Lárguese de una vez y olvidemos el asunto. Vamos,
pipiolo, con viento fresco.
Jeff hizo una mueca de disgusto. Pero no pude resistir la
tentación de intervenir. Sí, lo sé. Creo que ése es uno de mis principales
defectos: el hacer leña del árbol caído, el crecerme cuando mi adversario ya ha
sido empequeñecido incluso aunque no haya sido yo el empequeñecedor.
Pude intuir la furia de aquel policía en la mirada que me
dirigió. Sin esa mirada, este episodio con O'Malley no hubiera ido más allá de
ser una anécdota graciosa. Pero esa mirada lo convirtió en algo un poco turbio.
Espero que no tengáis que soportar miradas así con frecuencia, queridos
lectores. Lo contrario no diría mucho a favor de vuestras vidas, de vuestra
forma de ser.
El caso es que O'Malley se marchó en silencio
desapareciendo de nuestras vidas.
-Muchas gracias, Jeff. Jeff Henderson.
-De nada. Ha sido divertido. Pero me entristece ver la
clase de policías que patrullan hoy en día por Tulsa -dijo con aire pesimista-.
No es el primer mentecato de uniforme que me encuentro últimamente.
-¿Es que acaso ha habido tiempos mejores en Tulsa?
-Sí, chico. Los tiempos de los indios -me dijo. Y en
aquel instante no supe si me lo decía en serio ó no. Ahora que he leído algo
acerca del tema de los colonos...sé que hablaba en serio.
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Después de la fallida incursión de O'Malley en el
descampado, ya no hubo más sorpresas ni incidentes. Jeff y yo continuamos con
nuestras tareas sin charlar demasiado, esperando a que Sam acabara con lo suyo.
Soy de los que piensan que las palabras no son estrictamente necesarias para
demostrar afecto, incluso aunque tampoco haya contacto físico ó visual con la
otra persona. Yo sabía que Jeff sabía que yo le estaba profundamente agradecido
por librarnos del policía. Y eso me reconfortaba. Aún así, quise indagar más en
él (no por mera curiosidad, sino como muestra de sincero interés y respeto) y
le pregunté si de verdad era abogado. Es que, a ver, un abogado siempre parece
un abogado (por mucho que esté de baja con problemas de vesícula), pero las
pintas que tenía Jeff se parecían más a las de un jugador de bolos retirado,
divorciado y enfadado con su peluquero. No obstante, no sólo me confirmó su
condición de abogado dándome la tarjeta de presentación de su bufete, sino que
además me dijo que si tenía algún problema legal en el futuro, acudiera a él.
Le contesté que, llegado el caso, su bufete sería mi primera -y única- opción.
El bueno de Jeff.
Sam terminó al fin su obra.
Recogimos los bártulos, y ya solo nos quedó poner el broche final: clavar al
comienzo del descampado uno de esos típicos carteles de "se
vende". Solo que en el nuestro, lo que ponía era "ZANZÍBAR
PARK". Lo eligió Sam y a mí me encantó (no soy un pusilánime, pero por
norma general, todo lo que ella hace, dice, piensa y maquina, me encanta).
Zanzíbar, la capital de Tanzania. ¿No os evoca imágenes de selva, manantiales,
montañas, leones y zulúes? A mí sí.
Y así fue como, en nuestra primera acción correctiva,
inauguramos el Zanzíbar Park.
Pasé por la calle Fleetwood cinco días después, y el
cartel seguía donde yo lo clavé. Visto a la luz del día, el muro de Sam era más
bonito que la jodida Capilla Sixtina. Una pareja de adolescentes hablaban
sentados en la hierba con las mochilas a sus pies. Reían.
Una semana después, el cartel ya no estaba.
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