¡Guau! ¡Menudo flashback! Cortito pero intenso. Como un buen
bourbon. Y además os lo he puesto en 'modo teatro' para que os ahorréis mi
prosa sentimentaloide y soporífera. Pero ahora no os vais a librar. Toca divagar.
Es
curioso lo largo que se hace un día en el trabajo, sin trabajar. En mi caso,
largo y también agradable debido a mis gratos recuerdos samantheros. Mis compañeros me ven teclear concentrado y se
extrañan. Y es que con la aplicación caída, muchos de ellos se limitan a comer,
respirar, y mirar su móvil. Lo miran cada 10 segundos. Qué pena. Pero supongo
que así es el progreso: la tecnología al servicio de relacionarnos sin
relacionarnos. Que una computadora te recuerde que hoy es el cumpleaños de alguien
que ya casi no sabes ni quién es. Así es el progreso. Por supuesto, que cada
cual haga con su vida lo que quiera.
Aunque me da rabia porque sé que hay gente que merece la pena, gente buena, que
queda anulada casi totalmente por este modo de vida tan previsible, aséptico y
tedioso. Las bondades de estas personas quedan atenuadas por el desuso, y las
únicas huellas que dejarán en el mundo serán varias toneladas de mierda que
recorrerán el alcantarillado antes de convertirse en abono de baja calidad. Lo
que puede evitar esto es un choque
emocional que abra los ojos a estas personas. Mi choque emocional fue Sam.
Los hay
de muy diversos tipos. Originados por cosas buenas (como ocurrió en mi caso), ó
más frecuentemente, por cosas malas (experiencias cercanas a la muerte,
pérdidas de seres queridos...). A lo que voy, es que estos choques emocionales
que catalizan la salida de las personas de su sopor diario, no deberían ser
necesarios. Apreciar la vida y el entorno tendría que ser algo inherente en
todos. Vale, tampoco digo que haya que levantarse de la cama por la mañana
dando palmas de alegría. Hablo de ser conscientes de que (y ahora parafrasearé
a Alec Baldwin en "Friends") es un puntazo estar vivos. Pero en la
Katsumoto Corporation nadie que yo haya conocido es consciente de ello. Ni
siquiera yo lo era hasta hace poco tiempo. Daros cuenta de que hay mucha
diferencia entre pensar en ello, y ser consciente de ello. Pensar en ello es
como chapotear en el agua. Ser consciente
de ello es como bucear. La diferencia es abismal. Yo ahora soy consciente
de que cada día importa. Pero sobre todo soy consciente de que: punto 1; el
mundo es una herramienta (todos la utilizamos), y punto 2; cómo utilizar esa
herramienta en máximo beneficio mío y de mi círculo íntimo, sin perjudicar a
nadie ni a nada. Quizá todo esto os suene muy rollo zen, abstracto y difícil de
aplicar a la realidad, pero no. Para llevarlo a la práctica están las acciones correctivas (el Zanzíbar Park,
¿recordáis?), que son generadas por el buen rollo, que además combate el mal rollo haciendo de la vida algo
cojonudo.
Por
cierto, nuestra segunda acción correctiva fue mucho más personal. Me refiero a
que el objeto de la acción fue una persona. Lo que pasa es que hoy ya no me da
tiempo a contárosla. Ya casi son las 5 de la tarde, pero hoy me ha cundido
mucho, ¿no creéis? Os he contado cómo se llevó a cabo nuestra primera acción
correctiva en la calle Fleetwood, con la providencial aparición del bueno de
Jeff. Os he contado cómo forcé un encuentro no casual con Sam. Y os he descrito
a grandes rasgos el deprimente ambiente laboral que trata de engullirme cada
día. Por hoy, es suficiente. Sí. Solo me queda deciros: hasta mañana, chicos.
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